¿Cómo comienza y
termina un día?
Igual que el
anterior, eso sí, pensó Sebastián, mientras salía de su casa hacia el paradero
del transporte público a eso de las 5:30 de la mañana, una mañana de esas
comunes en Bogotá, frías y un poco grises, con un ligero dejo de luz que se
levanta sobre los cerros mientras el amanecer cobra vida en sí mismo, es su
propia madre, es su propio padre, es su propia génesis al acercarse las seis de
la mañana.
En el frio de la
madrugada Sebastián Suarez sube al transporte capitalino con destino a su
universidad en el centro de la ciudad, clase de siete de la mañana, como todos
los días, y mientras busca una silla libre, preferiblemente junto a la ventana,
no al pasillo, pues de esa forma se siente en un relativo aislamiento dentro de
la masa humana que se transporta a diario, a estudiar, a trabajar, o ¿quién
sabe a qué?
Ese afán por
sentarse dentro de su rincón personal con vista al paisaje urbano se ve
recompensado, y en esa silla cerca al fondo del bus, en el lado izquierdo
encuentra un nido temporal en el cual hay una relativa seguridad, al menos cree
que su espacio personal se mantendrá libre, limpio, quieto.
Mientras toma
asiento en ese pequeño rincón busca al interior del bolsillo pequeño de su
maleta por su reproductor de música, lo encuentra perdido entre una maraña
formada por papeles, bolígrafos, las llaves de la casa y los audífonos. Como
cada mañana gasta unos dos o tres minutos desarmando el laberinto que forman
los audífonos de su reproductor, mientras revisa en su mente su biblioteca
musical para tratar de escoger la canción con la que va empezar este nuevo día,
curiosamente siempre elige la misma.
-Cada mañana la misma cosa, sacar el ipod,
desenredar los audífonos y escoger la primera canción del día, pero al final de
cuentas siempre, siempre, busco la misma silla, junto a la misma ventana y
pongo la misma canción, siempre The Libertines, siempre Can’t stand me now,
siempre, curioso -
Y así iba el
buen Sebastián, como cada mañana, tarareando hacia adentro la misma canción y
mirando las mismas cosas, en la misma ruta, tratando de encontrarle algo nuevo
a la mañana del lunes, martes, miércoles, en fin, intentando y rebuscando
dentro del mismo camino, igualito.
Pasan las
calles, doblan las esquinas, cambian los semáforos, pitan los buses y los
taxistas, desde temprano. Miraba Sebastián y releía los letreros y grafitis que
le gustaban, o que lo divertían, sacaba maldiciones entre dientes con cada
hueco y desnivel, pensando en el daño que estos saltos del transporte le podían
hacer a sus riñones y otros órganos internos, terminaba pensando que solo eran
males de su imaginación. Llega a la paraba a escasos 20 o 30 metros de su
universidad.
Pues bien, en
pleno centro de Bogotá Sebastián con un tinto en la mano izquierda y un
cigarrillo en la derecha, saluda a sus amigos en esa charla de la mañana, ya
son las 6:30. Mientras entre risas se escuchan frases como “vio el partido”, “tomaron
mucho” o simplemente “quiubo”, surgen risas, y quejas, típicas de un lunes por
la mañana.
Cada sorbo del
café es como volver a nacer en esa fría mañana, se ve el calor de sus alientas
escapando de sus bocas, todo entre recuentos del fin de semana, chistes y
risas. Es hora de clase.
-Siete de la mañana, para clase, mostrar el carné
y caminar hasta el salón, como cada mañana de lunes, martes, miércoles o
cualquiera que sea, otra vez camino y pienso, en todo y en nada, implicaciones filosóficas
de la película del domingo o efectos colaterales de la declaración polémica del
funcionario público, esas cosas de nada que cambian en mi cabeza con cada dos o
tres pasos, como lo que pienso ahora o lo que pensare a continuación, en fin,
ya voy llegando.-
Cuantas sillas,
cuantos saludos más por hacer, hay que acomodarse, alistar el cuaderno y el bolígrafo
y esperar por la profesora. El salón se llena de ruido mientras van entrando
los estudiantes, para Sebastián siempre ha sido un poco molesto ese murmullo
que parece subir de volumen con cada minuto que pasa pero al final, es solo eso
un ruido inevitable del hablar de las personas, que cada mañana repiten las
mismas conversaciones, solo que en distintos salones y con distintas personas,
las mismas conversaciones que el mismo Sebastián sostiene cada día con amigos y
compañeros.
Entra la
profesora y todos van a sus lugares, que al pesar de no estar asignados son
siempre los mismos o casi los mismos, rodeado de las mismas tres o cuatro
personas, solo cambian os que llegan tarde, si nadie les guarda puesto. Buenos
días, se escucha en el centro del aula, ella siempre saluda, hace los “anuncios
parroquiales” necesarios y llama lista, le gusta llamar lista. Entonces suenan
nombres y apellidos y algunos solo levantan las manos, otros le agregan un “presente”
o un “aquí”, nada fuera de lo común.
Se escucha –
Sebastián Suarez – el levanta la mano y la mirada, para asegurarse que ella lo
mire, baja la mano, baja la mirada y se da cuenta que en ese proceso su mano
derecha dibujo círculos uno encima de otro, entrecruzados, paralelos, muchos círculos
juntos o lejanos, pero que al terminar, dan comienzo a otro, y así el buen
Sebastián piensa que el entrecruzar de líneas que dibujan círculos hacen la metáfora
perfecta de la vida, rutinas cíclicas que vuelven a comenzar cada día y cuando
se termina un circulo, el final de su elegante trazo da pie al inicio de otro
circulo, diferente en si mismo del anterior, pero con la misma estructura que
cuando termina vuelve a dar inicio, en fin, así se le fue media clase y
continuaron los círculos, del inicio al fin del día.
R. Saldarriaga.