Un suspiro
Una vez me contaron una historia,
la historia de un suspiro que podría llevarnos hacia el infinito, y desde ese
día siempre me pregunto ¿será posible?
¿Cómo podríamos elevarnos hasta
el cielo en un suspiro?
Algún día quizá volemos en un
solo respiro, un respiro tan profundo, tan grande y lleno que sea capaza de
elevar nuestros corazones hacia las fronteras mismas de la mente y la
existencia, tan alto y tan lejos que cualquier horizonte parezca pequeño, que
nuestro propio respirar, nuestra propia y única manera de vivir nos lleve más allá
de cualquier realidad. Más lejos que cualquier campo de fresas y flores, de
cualquier lagrima derramada en el suelo a través de tus mejillas de alegría o
de tristeza, más fuerte más hondo que una gota de sangre viva sobre la
superficie, inclusive más allá.
¿Acaso podríamos?
Yo creo que no. Yo no podría dar
ese suspiro, no puedo correr ese riesgo, esa incertidumbre, no lo permito. Es imposible
permitir que un suspiro pueda alejarme de la persona por la cual suspiro, así
seas tú la dueña de todos mis respiros. No podría abandonarla a la deriva, no podría
librarla de mi egoísmo, soy egoísta, ¿¡y qué!?
La quiero a mi lado y sin
compartir, la quiero siempre, así me cueste perderme el universo, así no pueda
ver el rostro del mismo dios o si este existe, así no vea más allá del pequeño
campo de flores, prefiero vivir con un horizonte insuperable, perderme el
universo y la infinidad de los gigantes antes que dejar de contemplar desde lo
lejos su mirada, ese mirar tierno y negligente, que me tortura, que me relaja,
que me libera y me esclaviza. Prefiero una y mil veces descubrir la gigantesca inmensidad en lo
pequeño de tu mirar, no me molestaría vivir con ese horizonte. Así soy.
Tempestad
Mi cuerpo, flotando en una
tormenta, cruzando la tempestad de tus pasiones y estoy a la deriva, en las
olas, en tu cuerpo, sufriendo el aplaque de los truenos que son tu mirar,
poderoso, rompiendo el silencio, haciéndolo trizas, como miles de trozos de
cristal cayendo lentamente en el espacio indivisible que existe entre nuestras
almas egoístas, motivadas por el placer, y mi placer eres tú.
Tu largo pelo negro, como la
noche infinita, tus ojos con una ligera línea gris, hipnótica e inimitable. Y yo
sigo allí, en la tempestad a merced de las olas, curvas y depresiones, es tu
cuerpo, contorno que sigo con mí mirar y pinto en mis ideas, eres única y también
vulgar. No puedo verte, eres la furia, destruyes todo lo que no se ha
construido, arruinas mi corazón, el de un niño. Pero sigo allí, solo para ti,
para tus deseos egoístas y mezquinos, solo juntos somos uno solo, completo,
solo separados somos felices fingiendo.
R. Saldarriaga.
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