martes, 20 de noviembre de 2012

Verso roto 3. Ruptura


      10.

Vamos a la casa, estoy cansado papá. Pero papá seguía caminado y no miraba a niño ni a mujer, es más, papá no miraba a nadie directamente, simplemente miraba a otros lados, miraba al suelo y ocasionalmente miraba al frente mientras bajaban ese viejo y polvoriento camino rural, con unos costales al hombro papá y mujer bajaban, niño solo llevaba un viejo saco de lana de color gris, unos zapatos gastados que cubrían su entonces color blanco con polvo y tierra y una pelota de letras de caucho rojo a la cual se aferro mientras salían de esa finquita. Niño no sabía por qué mamá lloraba, niño no sabía por qué papá hablaba con los hombres de verde, pidiendo tiempo, pidiendo algo que niño no entendió, esos señores parecían soldados y se supone que los soldados son los buenos.

Estoy cansado, tengo hambre volvamos papá. Papá simplemente dijo no podemos volver  y no pregunte por qué o le voy dando una pela, niño guarda silencio y mamá toma la mano de su marido con fuerza, el hombre deja caer una lagrima por su rostro áspero, ya seco y manchado por los jornales bajo el sol de domingo a domingo, abrazó a su mujer con el brazo izquierdo, con el derecho dejó caer los costales a un lado del camino y acerco a su hijo, cuando los tuvo cerca simplemente dijo que todo va a ir mejor en la capital.

      11.

Estos buses de la séptima, son lo peor, viejos  sucios, feos y los que manejan lo hacen como animales, les importa cinco lo que pase con la gente que va adentro y paga pasaje, hoy al menos tengo silla, con ventana, al menos así me siento aislado, pero no para, uno no puede ir tranquilo del centro a la 72 siempre se sube alguien a vender algún dulce de esos dos en 500 cinco en 1000, o peor los que predican, cuentan cuentos piden plata y no ofrecen nada, ni siquiera una menta o una canción, nada.

Ya por la 45 se sube este señor, si lo he visto ya como tres veces  muestra un papel que según él lo certifica como desplazado y cuenta un cuento sobre una vereda y unas personas vestidas parecido a los del ejército, que lo sacaron de su tierra y lo único que sabe hacer es labrar el campo. Siempre muestra ese pedazo de caucho rojo, una de esas pelotas de letras vieja y pinchada, dice que su hijo ya ni tiene su pelota roja para jugar, que  fue lo único que pudieron llevarse antes que lo sacaran de “la finquita”.

Siempre el mismo tipo con su tono lastimero, siempre el mismo cuento, mejor subirle el volumen a la música y mirar por la ventana, me enferma, uno no puede subirse a un bus tranquilo y como raro empieza a llover.

      12.

El rancho está rodeado por unas estacas de madera entrelazadas con un alambre viejo y oxidado, un pozo cavado a mano adorna la parte trasera de la finca donde se encuentra el agua que moja los suelos, provee a los pocos animales, unos dos perros, tres gallinas y un par de cerdos delgados, también da sustento a la familia. En la entrada una puerta de un alambrado entrecruzado que se asegura con una cadena gruesa y un candado y alrededor de la casa unos modestos cultivos que en esta época del año no se distinguen.

¿Tiene hambre?


Sí, quiero tierra adobada con sangre  y de acompañamiento una jarra de las más frescas lagrimas de quienes se van hoy de su hogar, la finca es mía, la vereda es toda mía. Rompa ese candado rápido y sáqueme a esa gente de mi plato que hoy quiero cenar esperanzas. Ese chino tiene quince años, dígale que tiene diez minutos para despedirse, dele un fusil, que ahora pelea por la justicia de la revolución agraria.

Ya el rancho no tiene candado en su puerta de alambrado entrecruzado, ya no hay perros, cerdos o gallinas que beban del pozo, ya no hay dueño, no el de siempre, y ya no hay hijo que aprenda los secretos de la tierra.

¿Quiere postre?


¡Sí!



La Escritura 



El Registro


La Ley 

Las imágenes presentadas son una interpretación visual de los textos que se comparten en esta oportunidad, con la idea de trasladar el escrito un escenario si se quiere más propio de lo plástico  donde se alteran tres paradigmas clásicos de la propiedad inmueble en el contexto colombiano. 


R. Saldarriaga

miércoles, 19 de septiembre de 2012

Sin aplausos por favor.


Ya las filas del teatro no dan aplausos, no queda una sola alma que sea capaz de hacer un solo sonido, ni siquiera se escucha el soplar del viento pues todas las ventanas se encuentran cerradas y las sillas vacías no entregan más que su indiferencia al escenario.  Un único reflector sigue los pasos de aquel que intenta digerir la dimensión minúscula de su existencia enmarcada en los harapos polvorientos de ese viejo y desolado teatro  donde quiere dar su testimonio a un público que no existe y, de hacerlo, no se molestaría en pagar la boleta de esa función patética e irrisible.

El hombre da pasos en el escenario esperando que algo rompa el crujir de las viejas tablas, al menos un insecto que sea capaz de servirle como humilde receptor de su mensaje, el más humilde de todos los imaginables en posibilidad de escucharlo, pero nada, solamente nada y él entiende que no debe ser oído el que nada en verdad tiene para decir, al menos nada importante.

Sin embargo, y siendo del todo honesto, el hombre de las tablas sabía que un escenario no era para desperdiciarse pues al menos el silencio y las frías e indiferentes sillas tapizadas con imitación de terciopelo que una época fue rojo y hoy esta oxidado, le servían expectantes como receptores de su mensaje, incluso el no humilde sino miserable insecto que no quiso verlo dar su discurso era suficiente en su ausencia para recibir sus palabras de frustración que sonarán débiles por la ausencia de orgullo.

No siendo más, el crujir de las viejas tablas da inicio mientras el gastado reflector central se concentra en la silueta del hombre solitario que se encamina al centro de los no-aplausos para dirigirse por fin a su no-público.

-Oda a la derrota- frase que rompe el ambiente cercano al silencio del viejo y gastado teatro donde sólo un hombre, más bien, un hombre solo se desgarra el pecho para sacar ese cáncer que lo llena de preguntas que no deben tener respuesta, de frases que se acumulan en el día a día burdo y circular, de recuerdos que lo marcan como tatuajes invisibles que no se borran ni cambian en su significado, porque para él es un significado distinto al que tuvieron en su día de nacimiento, a saber, sus sentimientos cambian esas imágenes que en principio fueron vividas y llenas alegría en recuadros oscuros y sin sonido, solo un ruido bajo que perturba el estomago como la comida rancia disfrazada de gourmet.

-Sí, sí, sí, sí- se regocijaba el hombre después del primer torrente de palabras que salió por su boca, un regocijo que le servía de consuelo después de haber gritado toda la podredumbre de su interior, después de haber mostrado a su no-público lo poco virtuoso de su corazón, si existen aun los caballeros de armadura el hombre no era uno de ellos, y no importaba, quién necesita un paladín cuando abunda el abogado, ridículo simplemente ridículo, pensaba el hombre cuando terminó su consuelo maquillado de auto jubileo.

Y el teatro seguía inerte ante su presencia y sus palabras, ni siquiera el eco de sus frases le servía como ruido de fondo ya que él mismo despreciaba el sonido de su voz nasal que le recordaba el ruido, el pitido si se quiere, de los televisores viejos. Sí su voz le recordaba esos sonidos de lo posmoderno, de lo artificial y lo barato, del celular siempre conectado y de la necesidad de más aparatos para hacer menos cosas, de un segundo maquinismo que viene de fabrica incompleto y reducido al tamaño de un bolsillo. Pero esta tarde se trata solo de su voz y de lo que ella va a decir, así que no importa, de todas formas no hay quien escuche.

Un suspiro, el hombre baja la cabeza y sin levantar del todo la mirada, continúa en su ejercicio cuasi masturbatorio de revelar la lástima que siente por su propio ser o, más adecuado sería decir la lástima que siente de su propio, lento y estúpido existir, donde ya no hay ningún trofeo, ni siquiera el premio “al mejor intento”, donde su caja de crayolas ya no pinta bien, al usarlas no salen colores, solo rastros húmedos de cenizas grises, pero cuando abre la caja para sacar uno de sus crayones, los ve de todos los colores, intactos, perfectos, solo se dañan cuando él los usa. Por eso vino al teatro para contar como sus manos, su piel, distorsiona todo aquello que toca.  

El único ruido distinto fue el de esa única lagrima que de su ojo derecho se escapo hasta golpear las viejas y gastadas tablas del escenario del teatro con las sillas indiferentes que algún día fueron rojas, ni siquiera un alma miserable pudo escuchar ese sonido que dejó vacía la habitación, como si en ella se hubiese congelado el aire y el tiempo. Nada más que eso, derrotado el hombre que llora solo, porque no hay quien lo acompañe, pierde todo impulso de seguir sacando los trapos sucios de su interior humano y repugnante, ahora para él todo queda como en el comienzo pues lo único que obtuvo fue nada. El reflector se apaga y el telón cae mientras el hombre abandonado se pierde en sombra y polvo, en un viejo teatro donde no se abren las ventanas.


R. Saldarriaga

lunes, 28 de mayo de 2012

Una carta de desayuno.


Bogotá D.C., una mañana de domingo cualquiera


De mi pluma,


Te saludo a ti mi dulce flor del alba, desde un rincón entre tus sabanas y tu piel siento que debo escribirte una carta que sirva de desayuno, pues la música no se me da y la poesía la tienes tu sola oculta entre tus ojos, aunque te veo, las palabras que salen de mis labios son pocas, ya que tus sonrisas, todas ellas distintas pero familiares, me dejan invalido, casi inconsciente. Por eso he optado por redactar estas palabras antes que despiertes y me robes todo menos el silencio.

El recuerdo de la noche oscura hoy tiene más luz que nunca, hoy es diferente y los primeros rayos del sol parecen poca cosa comparados con el brillo extremo de tu piel desnuda entre mis brazos, fue así como al borde de tu cama dio comienzo a lo abrupto  e impredecible de una revuelta, sí; una revuelta entre tus sabanas donde yo soy transgresor y tu participe, donde determinas mi conducta con tu mirar y sueltas al aire, que huele a nosotros, tu largo y suave pelo que me atrapa y me enceguece, mientras el sabor de tus labios me embriaga, llegando un lugar muy cercano a la inconsciencia pero, donde todavía estoy completamente centrado en tu presencia, en tu existencia.

Recuerdo haber acariciado el blanco de tu piel, recuerdo tu cuerpo y en especial tu rostro, tan claro y vivido que puedo dibujarlo con las puntas de mis dedos, quedo grabado en mi tacto y es tierno y delicado, parece de mentiras, como si hubiese salido de mis sueños directo a la realidad que eres, la fantasía que fuiste en esa noche sin luna y, la hermosa estampa que veo hoy al entrar el alba por tu ventana, con tu rostro apuntando directo a mí y tu cuerpo encogido entre esas sabanas, sabanas blancas que huelen a ti.

Como despertarte en esta mañana, quizá y solo quizá eres tú soñando y yo soy una más de las elucubraciones de tu subconsciente cuando es libre en los parajes de tus sueños. De cualquier forma para mi es real, tan real como lo fueron el abrazo de tus piernas alrededor de mi cintura, tan vivo como el vibrar de tu respiración al tempo de mi amar y tan fuerte como el apretar de mis manos en tus senos.

Justo allí, a mi lado, pareces inocente y celestial como una luciérnaga brillando en una noche sin luna ni estrellas, a pesar de ello, te sentí fuerte, salvaje con tu pelo suelto y tus manos en mi espalda, mientras no podías mencionar palabra alguna, mientras yo contenía mi respiración para escucharte a ti cantar las canciones más privadas de tu cuerpo, y era bueno, era justo, era aquello por lo cual ese día en un café nos miramos, te di mi numero y espere impaciente tu llamada.

Y es que ahora en la madrugada el perfume de tu amor adormece mis sentidos, me permite recordar el sudor de tu piel y la firmeza de tus piernas, acentuadas con curvas mortales para alguien como yo, si era indefenso y lo sabías, pero nuevamente recuerdo el borde tu cama cuando sabia que esa noche eras mía. Sabía que era el momento que esperabas y no te dejé por un segundo, no te dejé. Irresistible, eso eres.

Ente tu pelo y tus piernas y abrazos, no me soltabas, no queríamos estar lejos, parecíamos uno solo, mirando por separado en nuestras almas, era un caos perfecto. Eras tú, era yo, en el medio nada más que nuestra respiración, y el latir sincrónico de nuestros corazones, sin pausa ni prisa.

Hoy de desayuno, como dije, te regalo esta carta y te veo dormir, con paz, en calma. Permanezco a tu lado, pues me tienes, me enredas con tu aroma y solo quiero acariciarte de nuevo, tocarte otra vez. Te dejo un beso en tu frente mientras permito que tu aroma y la madrugada me entretengan, hasta que la luz de tus ojos llegue y deje frívola  a la madrugada.

Desde un rincón entre tus sabanas y tu piel,


R. Saldarriaga. 

martes, 8 de mayo de 2012

Al ritmo del arrabal amargo


Y es que su silueta era tal de lejos enmarcada en ese humo blanco embriagador que desprende los sentidos de la misma piel que los percibe, con un aroma dulce y fuerte me hace sentir el ardor, casi que reclamando a mis pulmones no inhalar aquello que me hipnotiza y seduce al mismo tiempo.  Así la vi con su figura pintada por tenues brochazos de tentación y malas intenciones, cazadora que buscas un simple trofeo más marcado en tu piel.

Al borde del solar y al ritmo del arrabal amargo movía su figura en ligeras pero persistentes líneas curvas bañadas por el platino de la luz celeste, era un sueño en la realidad. Mis rodillas temblaban con disimulo al borde de esa silla de mimbre tejido y gastado, mientras los dedos quedaban entumidos por la fuerza con la que apretaba la silla y las tonadas de antaño parecían menos significativas al ritmo de su piel y sus caderas.

Con el corazón en la garganta quería acercarme, pero no podía dejar que pensara que soy presa fácil, sin retos ni obstáculos. Ella estaba cada vez más cerca, pues por mí no sentía ningún respeto, solo quería tenerme, sin treguas ni permisos, no era su estilo preguntar y yo acostumbrada a responder.

Sin embargo, me mantenía firme, al borde de la silla justo a la entrada del solar contemplándola a ella bajo el manto roto de la noche, ya ni siquiera la música tenía algún sentido, pues sus caprichosas caricias no me permitían ni lanzarme, ni resistirme. Y es que yo misma me puse la soga al cuello cuando la invite a mi intimidad, si con malas intenciones, sí, yo no esperaba  tal ferocidad, la más fina espada echa mujer.

Tal cual, su fina piel blanca y perfecta como el más inmaculado acero y sus caricias cortantes como el más fino filo en la hoja que son sus dedos, así mismo su pelo rojo, teñido de la sangre de sus víctimas, pues es innegable su frase, no ha existido nadie que no la haya deseado, aun si soy egoísta y la quiero mía, prohibida y cortante, pero mía, solo mía.

Déjame llevarte entre mis sabanas y somos una, déjame sentir el suave aroma de tus labios en mi paladar para recordar que estuviste aquí, y poder decir que fui inocente hasta que vi tu figura. Quiero sentirte dentro y suave, tócame como te tocas a ti misma, mírame como has mirado a tus amantes, bésame como solamente me has besado a mí.

Si así dejamos atrás la silla gastada de mimbre y el frio del solar, así entre mis sabanas blancas, dejamos que las melodías aleatorias nos llevaran lentamente al borde la cama, mientras miraba tu cuerpo con mis manos y sentía el blanco de tu piel, manchada por un lunar justo debajo de uno de tus senos, y yo casi indefensa ante la fuerza de tus labios en mis hombros y mi cuello, era tu marioneta.

De repente, no aguantaba más ya te necesitaba cerca y propia, pero tu caprichosa respondiste de otra forma a mi llamado, dejaste la noche envuelta en un abrazo, acabas de apagar la vela. Mañana seré otra, ya lo veraz, mañana habrás perdido y yo me quedare con nada, pero no perderé lo que no es mío, tu perdiste lo que tuyo pudo ser, solo para ti.


R. Saldarriaga

lunes, 9 de abril de 2012

En las lluvias de marzo.

No lo supe en ese instante, y es que al parecer fue solo eso, un dulce y breve instante, un pequeño e inusual tesoro que no valió lo que debía, no duró más que un simple suspiro. Así son quizá las vidas de las mariposas que extienden sus alas solo para verlas marchitas, casi como si cumplieran su ciclo antes que el mismo iniciara. Pero, de saber esto ¿acaso habría actuado diferente?

En la ventana la noche se postraba enmarcada en la lluvia, parecía casi no ofrecer nada más que el llanto de las nubes, nada más que ruidos húmedos que no dicen nada y tienen un ligero sabor a abandono mientras la ciudad entera festeja una costumbre traída de afuera, al final cualquier excusa es buena para divertirse. Así transcurría la noche, con ánimo para muchos, para mí, sin prisa y sin gracia, como diciendo –es mejor que estés en casa-.

Esas voces leves de la noche no hicieron eco en mi mente en ese momento, a decir verdad solo lo hacen ahora, antes no escuchaba, en mi cabeza simplemente sonaba lo que yo quería oír, torpe sordo selectivo, ingenuo. Pero así funciona, así de simple como la lluvia que solo cae cuando tiene que hacerlo, cuando las nubes no aguantan más el llanto, cuando los cielos no se mueven por la cordura y, la rebeldía del viento sirve como influencia, como un susurro perverso en el hombro izquierdo.

Y es que narrar una noche de esas es tan simple como se quiera o tan complicado como se siente. Pasaban las horas, yo seguía allí viendo la noche caer sobre el suelo gris y frio de esta mi ciudad, mojando el asfalto como si algo allí fuera a florecer alguna vez, ingenuo, de nuevo ingenuo.

En ultimas por azares forzados me uní a la celebración que embebía las calles de mi ciudad, mientras viajaba en un taxi pensaba que la noche podría ofrecer mucho, simplemente estaba en mis manos salir y tomar las riendas de la velada, hacer de ella lo que yo quisiera que fuera, pero tenía un secreto, uno que solo requería de una cerveza y unos amigos para conocer la luz, la luz en medio de la oscuridad de la noche, la cual no es tal en una ciudad como estas, como la mía que parece tan viva de día como de noche, que no duerme, no espera, ni siquiera para despedir las alas marchitas de la mariposa, ni siquiera para detenerse y preguntar a las flores si pueden abrirse paso en el asfalto.

Ya no estaba en casa, no, era un bar de esos de corte ingles que pretenden traer algo del viejo mundo en este Caribe lluvioso y contradictoriamente frio, si, el calor está en la sangre, no en el aire. Era fría y negra la cerveza mientras las personas reían con fuerza y las parejas se concentraban en una pasión alicorada haciéndola más fuerte para ellos, más leve para sus recuerdos, más fácil para sus corazones. Estaba bien con mis dos amigos tratando temas de temas, entre vánales consideraciones sobre grados y temperatura, entre débiles comentarios sobre el progreso, entre fuertes risas solo porque si, solamente porque no, incluso por un tal vez, esa fue una buena hora, risas y humo con una bebida fría en una mano.

Y es que el entorno tiene algo especial, tu, dijo ella, aquí ya todos están tomados dije yo, aquí igual dijo ella, como preparando el escenario para controlar la casualidad y hacerla pasar por eso mismo, un simple azar, pero el juego dejo de ser juego de azar y comenzó a ser juego de estrategia en el momento en que no quise esperar más, sin pensarlo mucho me despedí con un abrazo de mis dos amigos y tome otro taxi entre la lluvia. Señor rápido que no tengo tiempo que perder, acompañado de mi sombrilla llegue a ese otro lugar un bar en un sector de casas viejas todas ellas convertidas en restaurantes y barras para la cerveza.

Espere en un esquina con mi sombrilla blanca ya gastada por el uso que le exige vivir en esta ciudad,  cuando la vi salir y sin muchas palabras estábamos caminado solos en la noche por un parque, no se veía ni un solo caminante, se escuchaba caer la lluvia y las risas y gritos de alegría que salían de los sitios hasta que se nos termino el parque y se nos acabo la calle, ella recostaba su cabeza en mi pecho mientras caminábamos y yo veía su pelo y tomaba su cintura mientras escuchaba como narraba su noche la cual yo había interrumpido, la cual ella había cortado para dar comienzo a otra noche distinta en la misma noche, como si lo previo hubiese ocurrido en otro día distinto, como si ese día solo estuviéramos ella y yo y la lluvia, escoltados por mi blanca y gastaba sombrilla.

Hace frio, entremos, sentémonos te tomas algo dije sin más, quiero café dijo sin más. Allí en la esquina deben servir café, al fin y al cabo es una tienda de café, pero no, solo ponían el café en su anuncio no en su carta. Escogimos mesa hacia frio y queríamos un lugar cálido, nos sentamos uno en frente del otro y ordenamos dos tragos mezclados el mío sucio y con aceitunas el de ella dulce.

Charlamos de todo y de nada, la vi reír y no pude más, es sencillo mi amigo o te sientas a su lado o te vas a casa, decía mi yo interior y yo lo escuche. Ya juntos y de frente pude mirarla, sentirla cerca y en el frio de la noche le tendí mi bufanda que no era una bufanda según dicen, pero ese es el uso que yo le doy, envolví su cuello y tome sus manos frágiles entre las mías, la chimenea estaba lejos pero no hacia falta, era suficiente por ahora.

Las viejas y molestas costumbres que tengo me decían que buscara imperfecciones, que su rostro no podía ser cierto, me cuesta creer incluso lo que tengo en frente. Lo intente lo juro, pero nada surgía y su pelo ondulado y húmedo  todavía por la lluvia me hacía perder la atención, y mis ojos y mi mente se perdían en sus suaves rizos solo hasta el momento en que me volvía a regalar su sonrisa, maldita sonrisa capaz de callar al más regio de los oradores, capaz de distraer al más disciplinado de los estudiosos, yo ni el uno ni el otro, era víctima fácil.

Esta noche era de no aguantar, así que dije de forma ridícula que su rostro era perfecto, ella en un tono burlón decía que no conocía del maquillaje, no lo podía creer. Me acerque más y ya tan cerca que el espacio entre nosotros era escasamente suficiente para respirar, seguí buscando y declame mi búsqueda, nada, nada de nada. Y quede hipnotizado, el rosa de sus labios no me dejo pensar más su suave respirar al borde de mi rostro no permitía que yo escuchara mis propios pensamientos, solo sentía el latido de mi corazón en mi garganta y mi brazo izquierdo temblaba levemente.

Sin pensar, solamente me acerque y mientras nuestras bocas chocaban despacio tome su rostro con la mano derecha, muy lento muy suave, como si la espera nos tuviera cansados hicimos un baile con nuestros labios, sin estar de acuerdo del todo bailamos lo mismo y con los ojos entreabiertos pude observar sus ojos cerrados, me deja llevar y pude sentir como mi boca pensaba por sí misma, éramos ella y yo peleando, tu lengua empuja la mía, mis dientes muerden tus labios y puedo sentirte tan cerca, tan mía. Casi parecía correcto, casi se sentía prohibido pero natural, dulce con un toque amargo, suave como el vino, como rozar el terciopelo, y fuerte como el amanecer en los ojos cansados.

Sigue, pelea, lo sientes, soy yo invadiendo lo que creías tuyo, soy yo tratando de morder la fruta que está en la rama más alta del árbol. Te enredo entre mis brazos y la noche pasa, te acerco lentamente mientras tiembla mi mano izquierda y tú acaricias mi rostro como si trataras de verlo con las palmas de tus manos. Jugamos el juego, alteramos el azar con la excusa que fue solo una coincidencia, parecía tanto tiempo, fue tan poco.

Y terminaba, ya era hora de salir, bajo mi blanca sombrilla nuevamente un taxi en la madrugada con dirección a tu casa, diste indicaciones y volviste a mis labios, no hacían falta palabras todo lo decíamos sin ruido alguno. En el camino yo intentaba descubrir que era esa ligera sensación que quedaba en mi paladar y en la biblioteca de sabores y aromas que conservo en mi mente esa página parecía perdida.

Llegamos y frente a una reja blanca te deje para que encontraras morada entre sabanas, aun llovía y las gotas caían desde tu pelo hasta mis botas, solo una mirada y adiós, un último beso cortado y te veo entrar. Volví en el  mismo taxi, en silencio, miraba hacia la calle por la ventana, aun caía la lluvia ya un poco más suave, a mi izquierda el lugar que ocupabas, a mi derecha la vista de la ciudad brillante por las luces que se reflejan en el asfalto mojado.

Llegue y frente a una reja negra me di cuenta, que ese sabor y ese aroma que reposaba en mi paladar era ligero y familiar, siempre pensé que los besos tenían un sabor a fresa, con ella era distinto, su aroma y el rosa de su labios escondían un sabor a manzanas, cuando son dulces, firmes y algo acidas, cuando por fuera son de un ligero rojo con pintas de amarillo.

Luego nada, paso la noche y los días y solo nada, a mi me queda un tenue sabor a manzanas en mi memoria y las gotas de las lluvias de marzo que cayeron de tu pelo al negro de mis botas, como un fantasma parece una noche que no fue real, una fantasía de un sueño breve que se desvanece mientras se acerca el gritar del despertador, como una buena película con un mal final.

¿Si hubiese sabido habría salido de mi casa?

Ahora veo atrás y recuerdo las lluvias de marzo que enmarcaron nuestra aventura, y como agua que fluye por una pendiente la lavaron de nuestras vidas, y solo quizá cuando esas gotas salgan del asfalto y las nubes no aguanten más su llanto las lluvias de marzo vuelvan a caer sobre nosotros una vez más y podamos engañar el frió, o debamos despertar una vez más, quizá soy ingenuo, quizá simplemente queden esas nubes rotas, las gotas frías en el negro de mis botas y ese aroma frágil que me recuerda tu sabor, un sabor como a manzanas.

R. Saldarriaga



lunes, 5 de marzo de 2012

Verso roto 2. Prefiero

6.

Me pides que escoja, que elija y, diga si o no, derecha o izquierda, blanco, negro, es así tan simple para ti. Yo prefiero taparme la boca con la mano izquierda y verte a través de mis lentes gruesos, como si necesitara tener de ti una imagen más clara, quizá me gustas difusa, o solo tengo dudas de ver lo claro y real para permanecer en el mundo alterno que edifico con mi imaginación y mis ideas.

Yo prefiero enredarme en tus rizos que tomar decisiones, yo prefiero que levantes mis lentes para ver mis ojos y sentir tus manos pequeñas en mi rostro, prefiero no hacer tantas preguntas y convencerme yo mismo que lo que creo es cierto, que si cambiamos palabras y gastamos tinta, lo hacemos porque así lo exige la vida.
Prefiero creer que sé algo de ti, sin siquiera conocerte y repetir ese beso una y un millón de veces antes de ver las sombras del ocaso de lo que fue. Acércate y deja que yo te tome, deja que te robe cual bandido y tengamos una aventura, no quiero que termine, y no sé si prefiero que comience, seamos dos pero juntos tomados por las manos, seamos inocentes que pintan el futuro con pinceles fabricados con nubes y que roban las pinturas de los colores del cielo.

Prefiero, prefiero enredarme en tus rizos que tomar decisiones, besarte despacio y abrazarte fuerte, mirarte a través de mis lentes mientras tapo mi boca con la mano izquierda, robarle sus colores al cielo para pintar tu rostro y pensar por un instante que existe el arte y es amante de la belleza, no su servidora, nunca su servidora, eso prefiero.

7.

Es un mar blanco, blanco con ocasionales franjas rojas, por allí transitan, despacio y sin ninguna presión, pues parece lejos pero la isla está cerca, una isla grande y redonda con las costas cubiertas de verdes arboles, diferentes hojas y tonos forman líneas erráticas e impredecibles, y la corriente llega cerca a la costa, cerca, más cerca y con calma, como si no existiera mañana, como si no existiera hoy y solo existe un ahora. Se acerca la costa es difícil de comprender, tanto color tanta vida es profunda y sube la colina, directo hasta el centro, en el camino bestias legendarias y criaturas que no existen, y entre todas ellas hay luciérnagas del tamaño de un cóndor que cruzan a velocidades increíbles iluminando brevemente los espacios entre los arboles de miles de tonos de verde, y los arboles bailan y no por causa del viento, no existe la brisa, sus ramas y raíces están vivas y danzan con la música que cantan las flores y los peces que nadan entre las hojas soltando burbujas rebeldes que deciden su propio camino y estallan soltando gotas saldas. En el centro hay una laguna, oscura, profunda y amplia, cambia de tamaño con la luz, crece y se hace pequeña, llega hasta lo más profunda y muestra lo que siente.

Ese instante que miramos a los ojos que nos cautivan, nos inspiran, nos torturan.

8.

Niño, ¿por qué patea la lata?, déjeme la lata es mía, ¡mía! Y la pateo porque quiero, puedo y no me da miedo, ni usted ni nadie, y no soy niño soy hombre solo y fuerte. Listo hombre, entonces le apuesto a que yo puedo hacer que usted deje de patear la lata sin tocarlo y sin hablarle, No, no quiero sus apuestas ni juegos ni nada de nada, déjeme tranquilo que soy hombre solo y fuerte y me esperan en los columpios, cosas de hombres, reunión con los colegas, usted no lo entendería, ya está muy viejo para esto.

Niño se fue con la cara al parque pateando la lata, hombre se quedo solo y extrañado, perdió la apuesta después de todo, mientras niño comía un dulce con sus colega hombre pensaba  que no estaba viejo, hombre era joven, veinte y tantos años, hombre sabia que aun era niño, pero acaso niño era hombre.

Él muy serio con sus colegas discutían por el vestido de la profe y las trenzas de Juanita, el nuevo balón de Pedro y el chupete con chicle adentro que estrenaba sabor pero ya no valía 250, no señor, 300 y ¿Quién tiene toda esa plata? Si la malta esta a más de 800, la vida se ponía dura y hombre se dio cuenta que niño era grande, niño la tiene clara y afronta sus asuntos de frente, cuando niño no sabe pregunta por qué y si no lo convencen le pregunta a otro. Hombre le cuentan un buen cuento y cree que es verdad, le dicen palabras grandes y todo es cierto, hombre es un niño ingenuo y fácil de engañar. Hombre patea la lata, niño está más allá de tus juegos.

9.

¡Déjame!

Deja mis ideas quietas no me distraigas con tu sonrisa, trato de pensar estoy sobrio hasta que tú estiras tus labios en ese arco increíble y me dejas ver un poco de tus dientes, te parece justo, pregunto, porque yo creo que lo haces solo porque sabes lo linda que eres, me paro en frente y te lo juro que trato de pensar, deja de mirarme y jugar con mis ideas, eres distracción. Quiero hacer bien mis cosas, y tú con tu cara me sonríes y no te importa lo haces a propósito, y te ríes mientras mis pies tropiezan y mi lengua hace un trabalenguas con lo que digo a diario, esto te divierte.

Haz de mí tu marioneta y mueve las cuerdas, pero solo por un tiempo porque luego yo las cortare y te llevare a bailar, canciones sobre almas viejas y pueblos pequeños con cuerdas largas, esa música que suena como a casa, que tiene la melodía sencilla de los corazones y el calor de la comida de la abuela, música así quiero que bailemos y vas a ver que tus sonrisitas no me amaran largo rato pero si me sirven para quedarme e invitarte.

Dame tu mano, y no me enredes más que quiero que la nieve caiga sobre nosotros mientras giramos y suena la música, pero déjame por favor déjame, si me amarras no puedo bailar, si te robas mis ideas no puedo susurrar en tus oídos, déjame intentar, prefiero intentar que con tu sonrisa, unas cuartillas y una pluma errante puedo hacer la arquitectura perfecta de tus sueños, pero no juegues, para poder ponerte en mi pueblito y con su música bailar hasta que estemos mareados.

Quiero confundirme y confundirte a ti, quiero que tu corazón y tu cabeza peleen a ver quién tiene la razón, déjalo todo y yo escribiré la forma de un bote y mis palabras saldrán del papel y nuestra nave nos llevara hacia un tiempo muy, muy lejano a las estrellas lejos de aquí y allí no me enredas ni yo a ti, allí vemos como la energía se hace vida y la luz es joven y apresurada, atrevida, como tú. 

R. Saldarriaga

miércoles, 15 de febrero de 2012

Verso roto.

         1.

Y es que la fortuna te utiliza como heraldo de malas noticias, esconde en tu cuerpo de belleza ridícula, pasión y deseo las desgracias diarias de lo cotidiano. Siendo mi corazón pasión y dolor usa tus ojos que ocultan mal y tu sonrisa que miente bien a su favor, para que yo trague sin cuestionar y cuestioné sin digerir. Eres irresistible y repulsiva por eso te usan de esa manera como estandarte de la desventura, para que guiado por mi estupidez yo solo diga si, y si, y si a todo sin más ni más. ¡Aléjate! O dime cuál es tu intención, déjame partir, herido y sin botín, pero con dignidad en busca del lugar donde el Sol se saluda con su perdida amante para que ella adorne la noche, porque allí creo que se encuentran las respuestas a esas preguntas que no sé como escribir.   

          2.

Ten solo un segundo, un mísero segundo, pendenciero y burlón para mirar atrás y ver por última vez ese momento, nunca volverá, nunca seremos los mismos, nadie jamás lo será, y el agua fluye en el torrente hacia el lugar desconocido que nadie sabe como termina ni donde. No miraste para atrás cuando el presente se convirtió en pretérito y lo perdimos para siempre, ya somos otros tu y yo y ellos también, ya no estamos donde estábamos, ni seguimos a donde íbamos, ya estamos allí pero en otro mísero segundo vamos a estar por allá.

Arriba en la canoa solo, que me lleve la corriente y que choque contra las piedras o caiga por las cascadas. ¡Deprisa! Que los rápidos esperan y el tiempo solo los hará enojar y a ciegas serán los vientos y las corrientes quienes comanden con órdenes en susurros y chasquidos, si, así será cuando solo un segundo miserable y burlón parezcan mil compasivos instantes en sucesión, pero no vamos a mirar para atrás, ni tu ni yo ni ellos, y adiós a lo que fue, nunca serás tan hermosa ni yo tan ingenuo, suelta mi mano que no tengo un segundo más para compartir.

         3.

Pisando duro entran los hombres en la arena, sin metáforas ni reflexiones, con el sol en el centro de sus ojos, en busca de una lágrima, antinatural, ellos no deben y no lo harán, y el niño mira atento desde el balcón expectante y curioso. ¿Será qué triunfan en su guerra o vuelven con la luz a sus espaldas y la bruma en sus frentes?

Da inicio a la contienda, el polvo se levanta y los hombres sudan, las mujeres gritan y el niño en el balcón sigue cada movimiento con la mirada, bajan los precios y frutas y verduras pasan como el rayo de una mano a otra mientras preguntan peso y precio, un minuto en el mercado es una vida entera, sin descanso el siguiente minuto empieza. ¡No hay tiempo!

Sangre y sudor, se limpian con agua, niño baja con premura, padre toma de su mano caminando un camino largo y empinado, es escuela, padre gana para el pan, niño juega a la pelota, dibuja el mercado como un circo romano o un campo de guerra, madre llora desde lo alto y esa tarde la lluvia es cálida, como aquel abrazo al borde de la cama. Sin reflexiones ni metáforas el hombre pisa suavemente el portal de la alcoba, cama para dos, sabanas para uno.

         4.

No hay luz, ni viento ni ruidos que rompan con la lúgubre y solemne habitación, tiempo no importa hay dos barandales y escalones al frente y atrás, no es posible ver ni huir hacia otros rincones, tiene que ser una escalera, rugosa y fría, quebradiza pero firme, estable, sin embargo no se siente quieta, como si pudiese respirar, es inquietante, quiere miedo y lo tiene.

Algo toca las manos, sostenedlo, dicen, con ambas manos, dicen, se sostiene con ambas manos y se enciende es una vela. Alrededor no hay nada más que oscuridad, y la escalera esta compuesta por huesos unidos y entrelazados por pocos músculos y algunas venas. En frente solo escalones, atrás más escalones, huesos viejos y nuevos, de ancianos, niños y doncellas, unos puros y otros curtidos por lo que hicieron y dejaron de hacer, casi se pueden leer sus nombres, casi se pueden escuchar sus gritos, pero nada, solo nada.

Continuad, dicen, dos escalones más y al tercero, duda miedo, la escalera se sacude, le gusta el miedo es su alimento, es la sangre que corre por sus venas, la mantiene viva en su construcción perversa, esta mal, se siente mal, ya no se puede. Voltea, corre con la vela en una mano, se extingue y ellos gritan ¡se escapa! La escalera se hace pasillo y frena, levanta la vela con ambas manos, se enciende, ahora es un escalón, ahora grita y no hay sonido, solo el sentimiento.

          5.

Mi mente esta ausente en si misma, pero soy consiente de ello no estoy loco, el loco cree que esta cuerdo y que todos los demás son locos, yo creo que estoy loco pero todo a mi alrededor me dice lo contrario, en especial no quiero que los otros se enteren. Ya no puedo luchar más contra eso.

Ya te tengo, mía por fin, no llores, tu sabes que te amo, no pelees tu sabes que soy tu esclavo y estoy a tus ordenes, solo pide que me permitas estar a tu lado. No quieres, pero si lo tienes todo, no lo pierdas todo, si solo ayer me prometiste todo, creí que éramos uno, al parecer solo fue mi imaginación.

Para que estés aquí debo atraparte, debo encerrarte, una cadena, es perfecto, pero ya lo he intentado y siempre las rompes, debo construirla yo con las fibras más atrapantes que conozco, tu pelo, y así es, es una cuerda perfecta con cada hebra de tu largo suave y brillante pelo, un extremo va atado a mi corazón y el otro al tuyo, por siempre y para siempre.

Debe ser más apretado el nudo, solo va doler por un instante, luego será cálido y dulce, la primera vez siempre duele dicen los abuelos. En tus ojos, son lagrimas, no, es, es, es…

¡El amor!

Se derrama, yo lo he destruido, y ahora te dejo ir y solo me queda el recuerdo de tu amor lo rompí y no puedo arreglarlo, no estoy loco, solamente vi lo que ustedes no han visto, solo hice lo que ustedes no lograron hacer, yo no soy el loco. ¿Quién es el loco?


R. Saldarriaga

lunes, 13 de febrero de 2012

Solo un beso.


Tus delicadas manos aprietan contra mis dedos, siento la fuerza de tu cuerpo en la más simple contracción, tus uñas contra mi piel, no me duele, me sostienen y te aferras a mi, en la timidez previa a un abrazo. Estas cerca, muy cerca y mis manos sudan, estoy nervioso mientras doy pequeños pasos hacia a ti, puedo sentir como respiras en mi pecho, siento el calor salir de tu boca y chocar contra mi cuerpo.

Atravieso mi mano derecha por tu espalda y cintura hasta llegar al lado opuesto, ya no tienes escape, eres mía, caíste en la trampa y no te dejo ir. Mientras aprieto tu cuerpo contra el mio te paras en las puntas de tus pies y estamos tan cerca que tu pelo negro y ondulado hace cosquillas en mi cuello, como un aperitivo de lo que viene, casi como la electricidad que llena el aire por la incertidumbre de la anticipación, es mágico, y me doy cuenta como tus rodillas tiemblan. Mis manos sudan y tus rodillas tiemblan, falta poco.

Ese pelo negro, me encanta, es como la noche, es el cómplice de tu belleza, me intriga y me confunde lo veo y creo que me oculta tu sonrisa, juega de tu lado como un velo ligero de misterio, es cruel e irresistible. Ese pelo negro que aun no me deja verte te mantiene oculta y presente, tal cual la luna en esas noches oscuras donde las nubes que lentamente mueve el viento dejan ver de vez en vez y de poco en poco su exuberante resplandor en la oscuridad, si tu pelo es la noche, es el velo de tu mirada.

Ya no más, no me concentro, me distraes y levantas tu mirada, puedo verte. El brillo de tus ojos solo se ve opacada por esa leve sonrisa que forma tu rostro cuando tus dientes muerden el borde inferior de tus labios color rosa y unos tenues hoyuelos que aparecen justo al borde de la misma, es increíble.

Nuestros ojos se cruzan, las miradas parecen una misma, en un solo punto, tú intentas mirar mi alma y yo tu corazón. Estamos allí frente a frente y listos,  ya nada importa, no siento como respiras, es más, yo mismo deje de hacerlo, y nuestras bocas chocan, queremos ver quién es más fuerte, a veces tu te sueltas, otras yo cedo. Estamos juntos entrelazados y enredados, nuestros labios, nuestras lenguas se encuentran y el sabor dulce de la miel sale de tu boca. Peleas con mis labios, yo muerdo los tuyos, y parecen horas y horas, sin aliento me separo, respiro y no lo resisto, vuelvo a besarte, no quiero verte, solo sentirte, tu aroma, tu sabor, tu piel.  

R. Saldarriaga.