Bogotá
D.C., una mañana de domingo cualquiera…
De
mi pluma,
Te
saludo a ti mi dulce flor del alba, desde un rincón entre tus sabanas y tu piel
siento que debo escribirte una carta que sirva de desayuno, pues la música no
se me da y la poesía la tienes tu sola oculta entre tus ojos, aunque te veo,
las palabras que salen de mis labios son pocas, ya que tus sonrisas, todas
ellas distintas pero familiares, me dejan invalido, casi inconsciente. Por eso
he optado por redactar estas palabras antes que despiertes y me robes todo
menos el silencio.
El
recuerdo de la noche oscura hoy tiene más luz que nunca, hoy es diferente y los
primeros rayos del sol parecen poca cosa comparados con el brillo extremo de tu
piel desnuda entre mis brazos, fue así como al borde de tu cama dio comienzo a
lo abrupto e impredecible de una revuelta, sí; una revuelta entre tus
sabanas donde yo soy transgresor y tu participe, donde determinas mi conducta
con tu mirar y sueltas al aire, que huele a nosotros, tu largo y suave pelo que
me atrapa y me enceguece, mientras el sabor de tus labios me embriaga, llegando
un lugar muy cercano a la inconsciencia pero, donde todavía estoy completamente
centrado en tu presencia, en tu existencia.
Recuerdo haber acariciado el blanco de tu piel, recuerdo tu cuerpo y en especial tu
rostro, tan claro y vivido que puedo dibujarlo con las puntas de mis dedos,
quedo grabado en mi tacto y es tierno y delicado, parece de mentiras, como si
hubiese salido de mis sueños directo a la realidad que eres, la fantasía que
fuiste en esa noche sin luna y, la hermosa estampa que veo hoy al entrar el
alba por tu ventana, con tu rostro apuntando directo a mí y tu cuerpo encogido
entre esas sabanas, sabanas blancas que huelen a ti.
Como
despertarte en esta mañana, quizá y solo quizá eres tú soñando y yo soy una más
de las elucubraciones de tu subconsciente cuando es libre en los parajes de tus
sueños. De cualquier forma para mi es real, tan real como lo fueron el abrazo
de tus piernas alrededor de mi cintura, tan vivo como el vibrar de tu
respiración al tempo de mi amar y tan fuerte como el apretar de mis manos en
tus senos.
Justo allí, a mi lado, pareces inocente y celestial como una luciérnaga brillando en
una noche sin luna ni estrellas, a pesar de ello, te sentí fuerte, salvaje con
tu pelo suelto y tus manos en mi espalda, mientras no podías mencionar palabra
alguna, mientras yo contenía mi respiración para escucharte a ti cantar las
canciones más privadas de tu cuerpo, y era bueno, era justo, era aquello por lo
cual ese día en un café nos miramos, te di mi numero y espere impaciente tu llamada.
Y
es que ahora en la madrugada el perfume de tu amor adormece mis sentidos, me
permite recordar el sudor de tu piel y la firmeza de tus piernas, acentuadas
con curvas mortales para alguien como yo, si era indefenso y lo sabías, pero
nuevamente recuerdo el borde tu cama cuando sabia que esa noche eras mía. Sabía
que era el momento que esperabas y no te dejé por un segundo, no te dejé. Irresistible, eso eres.
Ente
tu pelo y tus piernas y abrazos, no me soltabas, no queríamos estar lejos, parecíamos
uno solo, mirando por separado en nuestras almas, era un caos perfecto. Eras tú,
era yo, en el medio nada más que nuestra respiración, y el latir sincrónico de nuestros
corazones, sin pausa ni prisa.
Hoy
de desayuno, como dije, te regalo esta carta y te veo dormir, con paz, en
calma. Permanezco a tu lado, pues me tienes, me enredas con tu aroma y solo
quiero acariciarte de nuevo, tocarte otra vez. Te dejo un beso en tu frente
mientras permito que tu aroma y la madrugada me entretengan, hasta que la luz de
tus ojos llegue y deje frívola a la
madrugada.
Desde
un rincón entre tus sabanas y tu piel,
R.
Saldarriaga.