lunes, 28 de mayo de 2012

Una carta de desayuno.


Bogotá D.C., una mañana de domingo cualquiera


De mi pluma,


Te saludo a ti mi dulce flor del alba, desde un rincón entre tus sabanas y tu piel siento que debo escribirte una carta que sirva de desayuno, pues la música no se me da y la poesía la tienes tu sola oculta entre tus ojos, aunque te veo, las palabras que salen de mis labios son pocas, ya que tus sonrisas, todas ellas distintas pero familiares, me dejan invalido, casi inconsciente. Por eso he optado por redactar estas palabras antes que despiertes y me robes todo menos el silencio.

El recuerdo de la noche oscura hoy tiene más luz que nunca, hoy es diferente y los primeros rayos del sol parecen poca cosa comparados con el brillo extremo de tu piel desnuda entre mis brazos, fue así como al borde de tu cama dio comienzo a lo abrupto  e impredecible de una revuelta, sí; una revuelta entre tus sabanas donde yo soy transgresor y tu participe, donde determinas mi conducta con tu mirar y sueltas al aire, que huele a nosotros, tu largo y suave pelo que me atrapa y me enceguece, mientras el sabor de tus labios me embriaga, llegando un lugar muy cercano a la inconsciencia pero, donde todavía estoy completamente centrado en tu presencia, en tu existencia.

Recuerdo haber acariciado el blanco de tu piel, recuerdo tu cuerpo y en especial tu rostro, tan claro y vivido que puedo dibujarlo con las puntas de mis dedos, quedo grabado en mi tacto y es tierno y delicado, parece de mentiras, como si hubiese salido de mis sueños directo a la realidad que eres, la fantasía que fuiste en esa noche sin luna y, la hermosa estampa que veo hoy al entrar el alba por tu ventana, con tu rostro apuntando directo a mí y tu cuerpo encogido entre esas sabanas, sabanas blancas que huelen a ti.

Como despertarte en esta mañana, quizá y solo quizá eres tú soñando y yo soy una más de las elucubraciones de tu subconsciente cuando es libre en los parajes de tus sueños. De cualquier forma para mi es real, tan real como lo fueron el abrazo de tus piernas alrededor de mi cintura, tan vivo como el vibrar de tu respiración al tempo de mi amar y tan fuerte como el apretar de mis manos en tus senos.

Justo allí, a mi lado, pareces inocente y celestial como una luciérnaga brillando en una noche sin luna ni estrellas, a pesar de ello, te sentí fuerte, salvaje con tu pelo suelto y tus manos en mi espalda, mientras no podías mencionar palabra alguna, mientras yo contenía mi respiración para escucharte a ti cantar las canciones más privadas de tu cuerpo, y era bueno, era justo, era aquello por lo cual ese día en un café nos miramos, te di mi numero y espere impaciente tu llamada.

Y es que ahora en la madrugada el perfume de tu amor adormece mis sentidos, me permite recordar el sudor de tu piel y la firmeza de tus piernas, acentuadas con curvas mortales para alguien como yo, si era indefenso y lo sabías, pero nuevamente recuerdo el borde tu cama cuando sabia que esa noche eras mía. Sabía que era el momento que esperabas y no te dejé por un segundo, no te dejé. Irresistible, eso eres.

Ente tu pelo y tus piernas y abrazos, no me soltabas, no queríamos estar lejos, parecíamos uno solo, mirando por separado en nuestras almas, era un caos perfecto. Eras tú, era yo, en el medio nada más que nuestra respiración, y el latir sincrónico de nuestros corazones, sin pausa ni prisa.

Hoy de desayuno, como dije, te regalo esta carta y te veo dormir, con paz, en calma. Permanezco a tu lado, pues me tienes, me enredas con tu aroma y solo quiero acariciarte de nuevo, tocarte otra vez. Te dejo un beso en tu frente mientras permito que tu aroma y la madrugada me entretengan, hasta que la luz de tus ojos llegue y deje frívola  a la madrugada.

Desde un rincón entre tus sabanas y tu piel,


R. Saldarriaga. 

martes, 8 de mayo de 2012

Al ritmo del arrabal amargo


Y es que su silueta era tal de lejos enmarcada en ese humo blanco embriagador que desprende los sentidos de la misma piel que los percibe, con un aroma dulce y fuerte me hace sentir el ardor, casi que reclamando a mis pulmones no inhalar aquello que me hipnotiza y seduce al mismo tiempo.  Así la vi con su figura pintada por tenues brochazos de tentación y malas intenciones, cazadora que buscas un simple trofeo más marcado en tu piel.

Al borde del solar y al ritmo del arrabal amargo movía su figura en ligeras pero persistentes líneas curvas bañadas por el platino de la luz celeste, era un sueño en la realidad. Mis rodillas temblaban con disimulo al borde de esa silla de mimbre tejido y gastado, mientras los dedos quedaban entumidos por la fuerza con la que apretaba la silla y las tonadas de antaño parecían menos significativas al ritmo de su piel y sus caderas.

Con el corazón en la garganta quería acercarme, pero no podía dejar que pensara que soy presa fácil, sin retos ni obstáculos. Ella estaba cada vez más cerca, pues por mí no sentía ningún respeto, solo quería tenerme, sin treguas ni permisos, no era su estilo preguntar y yo acostumbrada a responder.

Sin embargo, me mantenía firme, al borde de la silla justo a la entrada del solar contemplándola a ella bajo el manto roto de la noche, ya ni siquiera la música tenía algún sentido, pues sus caprichosas caricias no me permitían ni lanzarme, ni resistirme. Y es que yo misma me puse la soga al cuello cuando la invite a mi intimidad, si con malas intenciones, sí, yo no esperaba  tal ferocidad, la más fina espada echa mujer.

Tal cual, su fina piel blanca y perfecta como el más inmaculado acero y sus caricias cortantes como el más fino filo en la hoja que son sus dedos, así mismo su pelo rojo, teñido de la sangre de sus víctimas, pues es innegable su frase, no ha existido nadie que no la haya deseado, aun si soy egoísta y la quiero mía, prohibida y cortante, pero mía, solo mía.

Déjame llevarte entre mis sabanas y somos una, déjame sentir el suave aroma de tus labios en mi paladar para recordar que estuviste aquí, y poder decir que fui inocente hasta que vi tu figura. Quiero sentirte dentro y suave, tócame como te tocas a ti misma, mírame como has mirado a tus amantes, bésame como solamente me has besado a mí.

Si así dejamos atrás la silla gastada de mimbre y el frio del solar, así entre mis sabanas blancas, dejamos que las melodías aleatorias nos llevaran lentamente al borde la cama, mientras miraba tu cuerpo con mis manos y sentía el blanco de tu piel, manchada por un lunar justo debajo de uno de tus senos, y yo casi indefensa ante la fuerza de tus labios en mis hombros y mi cuello, era tu marioneta.

De repente, no aguantaba más ya te necesitaba cerca y propia, pero tu caprichosa respondiste de otra forma a mi llamado, dejaste la noche envuelta en un abrazo, acabas de apagar la vela. Mañana seré otra, ya lo veraz, mañana habrás perdido y yo me quedare con nada, pero no perderé lo que no es mío, tu perdiste lo que tuyo pudo ser, solo para ti.


R. Saldarriaga