10.
Vamos a la casa, estoy cansado papá. Pero papá seguía caminado y no miraba a niño ni a mujer, es más,
papá no miraba a nadie directamente, simplemente miraba a otros lados, miraba
al suelo y ocasionalmente miraba al frente mientras bajaban ese viejo y
polvoriento camino rural, con unos costales al hombro papá y mujer bajaban,
niño solo llevaba un viejo saco de lana de color gris, unos zapatos gastados
que cubrían su entonces color blanco con polvo y tierra y una pelota de letras
de caucho rojo a la cual se aferro mientras salían de esa finquita. Niño no
sabía por qué mamá lloraba, niño no sabía por qué papá hablaba con los hombres
de verde, pidiendo tiempo, pidiendo algo que niño no entendió, esos señores
parecían soldados y se supone que los soldados son los buenos.
Estoy cansado, tengo
hambre volvamos papá. Papá simplemente dijo no podemos volver y no pregunte
por qué o le voy dando una pela, niño guarda silencio y mamá toma la mano de su
marido con fuerza, el hombre deja caer una lagrima por su rostro áspero, ya
seco y manchado por los jornales bajo el sol de domingo a domingo, abrazó a su
mujer con el brazo izquierdo, con el derecho dejó caer los costales a un lado
del camino y acerco a su hijo, cuando los tuvo cerca simplemente dijo que todo
va a ir mejor en la capital.
11.
Estos buses de la
séptima, son lo peor, viejos sucios, feos y los que manejan lo hacen como
animales, les importa cinco lo que pase con la gente que va adentro y paga
pasaje, hoy al menos tengo silla, con ventana, al menos así me siento aislado,
pero no para, uno no puede ir tranquilo del centro a la 72 siempre se sube
alguien a vender algún dulce de esos dos en 500 cinco en 1000, o peor los que
predican, cuentan cuentos piden plata y no ofrecen nada, ni siquiera una menta
o una canción, nada.
Ya por la 45 se sube
este señor, si lo he visto ya como tres veces muestra un papel que según él lo
certifica como desplazado y cuenta un cuento sobre una vereda y unas personas
vestidas parecido a los del ejército, que lo sacaron de su tierra y lo
único que sabe hacer es labrar el campo. Siempre muestra ese pedazo de caucho
rojo, una de esas pelotas de letras vieja y pinchada, dice que su hijo ya ni
tiene su pelota roja para jugar, que fue
lo único que pudieron llevarse antes que lo sacaran de “la finquita”.
Siempre el mismo tipo
con su tono lastimero, siempre el mismo cuento, mejor subirle el volumen a la
música y mirar por la ventana, me enferma, uno no puede subirse a un bus
tranquilo y como raro empieza a llover.
12.
El rancho está rodeado
por unas estacas de madera entrelazadas con un alambre viejo y oxidado, un pozo
cavado a mano adorna la parte trasera de la finca donde se encuentra el agua
que moja los suelos, provee a los pocos animales, unos dos perros, tres
gallinas y un par de cerdos delgados, también da sustento a la familia. En la
entrada una puerta de un alambrado entrecruzado que se asegura con una cadena
gruesa y un candado y alrededor de la casa unos modestos cultivos que en esta
época del año no se distinguen.
¿Tiene hambre?
Sí, quiero tierra
adobada con sangre y de acompañamiento una jarra de las más frescas lagrimas
de quienes se van hoy de su hogar, la finca es mía, la vereda es toda mía.
Rompa ese candado rápido y sáqueme a esa gente de mi plato que hoy quiero cenar
esperanzas. Ese chino tiene quince años, dígale que tiene diez minutos para
despedirse, dele un fusil, que ahora pelea por la justicia de la revolución
agraria.
Ya el rancho no tiene
candado en su puerta de alambrado entrecruzado, ya no hay perros, cerdos o
gallinas que beban del pozo, ya no hay dueño, no el de siempre, y ya no hay
hijo que aprenda los secretos de la tierra.
¿Quiere postre?
La Ley
Las imágenes presentadas son una interpretación visual de los textos que se comparten en esta oportunidad, con la idea de trasladar el escrito un escenario si se quiere más propio de lo plástico donde se alteran tres paradigmas clásicos de la propiedad inmueble en el contexto colombiano.
R. Saldarriaga