miércoles, 29 de mayo de 2013

Lo que me falta para ser escritor es ser suicida.



En el bachillerato tuve una maestra, una “profe”, que dictaba sus horas de español en mi salón, y en otros salones, en un colegio que no me gustaba, pero yo la pasaba bueno. Ella se llama Ángela Mancera, nunca le importó mucho el calendario y el cronograma, eso estaba bien, me gusta alguien así que se cague en el programa para poder enseñar bien, en la universidad si tuve varios profesores de esos que prefieren que aprendan bien, en lugar de que se sepan todo.

Volviendo a Ángela, creía, o cree, que leer es un placer y una experiencia, un viaje donde se debe descubrir algo sobre uno mismo, por eso dejaba que los chinos escogieran que leer, nada de Jorge Isaacs, mejor el sexo al estilo de Henry Miller, nada de un García Márquez empujado a las malas, pudiendo leer a un solitario como Hesse. Cosas que los adolescentes entienden mejor, porque uno de adolescente es incomodo y curioso y quiere ser malo, pero ante los ojos del mundo uno solo es un sabelotodo “mecreodelputas” retozando en la pradera con sus potenciales presas para el coito mal ejecutado. La primera vez siempre duele y toca aprender en algún lado.  

Lo que quiero decir es que me enseñó a leer, requisito número uno para escribir y, eso lo hizo dejándonos leer lo que queríamos, presentando a tipos como el gran Julio de la forma más seductora posible, ojalá y siga llevando almas jóvenes por los caminos enmarcados en paginas amarillentas con tangentes oscuras. A mí y a mi amigo Juan Pablo Sierra, nos llevó por esos callejones, desconocidos por los “expertos” del ICFES. Si un día llego a ver mi obra publicada, no podría evitar pensar que le debo algo de eso a ella.

Pero eso de ser escritor parece tener muchos problemas, mucha cosa rara. Definitivamente hay que sentirse incomodo con el ambiente, odiar un poco el todo que nos toca, en ese punto creo que me ponen cinco (5.0), no sé si pueda llegar a ser un digno iconoclasta como me han dicho algunas veces, pero sí creo, que mucho aquí y allá me molesta, me pone a rechinar los dientes, sin sacarme de los chiros. Siempre veo como el desorden, la ineficiencia y, el populismo, hacen que la gente crea y siga, que obedezca a punta de promesas vacías, ahora solo me interesa ver vacío el transmilenio, pero eso no pasa.

La incomodidad con el casi todo de la vida diaria es lo que la hace maravillosa, al menos para mí, digna de ser contada de una forma que haga que quiera ser leída. Es buenísimo ver como todos somos bichos eclécticos e inconsistentes, sin ir más lejos conozco homosexuales que a primera vista son de lo más godo del planeta Colombia, sin embargo, si tuvieran al procurador en frente lo molerían a puños por no quererles dejar vivir sus vidas en plenitud. Yo mismo soy una prostituta ideológica de lo más desordenado, errante e inconsistente, me gustan las mujeres delgadas de piel morena y pelo negro, liso u ondulado, a pesar de eso, me trae loco una rubia, blanca de ojos verdes, si no fuera un cerdo ecléctico e inconsistente, ni la habría mirado, ni hablar de hacerle el amor como toca.

Pero fuera solo eso, pues pasa, normal y ya. No es así, me gustaría volver a ser un niño y preguntar por qué a todo y por todo, encontrando con algo de risa y rabia que los grandes siempre parecen buscarle el lado más complicado a todo, si uno quiere a alguien le da un beso y un abrazo, el grande tiene que tener el número de celular, hablarle por facebook, invitar un café y de allí prepararse para el beso en unas dos salidas más, eso aburre. Esa si es una buena cuestión, vivo aburrido y por eso me gusta escribir, porque todo y todos me aburren.

Me gustaría patear una lata de la portería de mi conjunto a la puerta de mi casa y sentir las ovaciones de un estadio en la final del mundial con Oliver a mi lado, me encantaría patear una lata sin pensar que está tan vacía como suele estarlo uno cuando la patea sin mirar al frente. En la lata me pateo a mí mismo, para ver si estoy lleno de algo más que aire, pero en esos días, me gusta llenarme de cerveza y guaro y humo por las noches.

Siempre es bueno fumarse un cigarro, sin pensar en tanto cáncer ni tanto dolor. El cáncer fue una de las cosas que mató a mí a abuela, eso es casi irónico, no del todo pero casi. En su vida se fumó un cigarrillo, pero insistía en que uno se lo fumara tranquilo con un tinto en Medellín. Lo más cerca que estuvo de emborracharse, según sé, fue una vez que probó un sorbo de cerveza y le pareció horrible porque no era dulce como la malta o la Coca Cola, pero siempre ofrecía pola y guaro, mientras repetía que en su vida se había tomado un solo trago. Tuvo esposo alcohólico e hijo también, siempre he creído que los dos murieron por el trago. Qué gran mujer esa, ya debe estar con su par de Marios en algún punto desconocido de la existencia. 

La muerte, tema que no se puede explotar lo suficiente, puede ser tan injusta y dolorosa, tan merecida e indigna, tan necesaria y llena de alivio, pero siempre es desoladora, siempre lleva adentro un vacío y un silencio que asustan hasta al más macho. El mundo, la idea, el concepto de la muerte, es algo tan excitante, como lo insinuante de un buen escote, es difícil de describir, un día con una amiga, Diana Rueda, hablábamos de los suicidas, yo decía que la idea me parece embriagante, pero no como el licor, embriagante como ver a una mujer sensual, bonita, bailando sola, con poca luz, cuando sabe que el mundo entero la mira y se toma sus miradas con desdén, así me parece. Ese acto de voluntad en su punto máximo donde se juega con lo único que uno tiene, donde las apuestas son todo o nada. Diana, seguro hasta el día de hoy, cree que estoy loco por pensar eso, pero esa idea tiene algo distinto, único para mí, y aun así, sigo sin ser un apostador.

Yo he sabido de grandes de la pluma que se suicidan, abrumados por algo, su éxito, su no éxito, su vida, su algo que los jode, de pronto es parte de esa melancolía casi natural que suele estar metida en el alma de un escritor, esa falta de providencia que parece solo encontrarse en el roce de la pluma con el papel o, en el oscuro de la sala de cine. Un entendimiento total de que el absurdo es infinito, del motor de improbabilidad de la existencia, que no existe un plan, que no hay un destino manifiesto y estamos metidos en un balde de agua sucia batido por un trapeador que dice grande, en el mango, en letra Arial 28, roja, negrilla y subraya: coincidencia. 

Somos productos del azar, no tenemos camino. Piénsenlo, unos serán caucho roto, otros sexo adolecente, otros la probabilidad del 0.01 por ciento, no todos, obvio hay planeados, incluso están los que son milagros en el escenario de la infertilidad. Pero siempre lo indeterminado es lo que pone ladrillos en los caminos de la vida. De pronto eso es lo que pone un tiro en la cabeza de un literato o, una sobredosis en las venas de una poetisa. 

Una vez escribí algo sobre un suicida, mi opera prima creo yo, el resto no piensa así, fracaso total, a lo mejor no soy objetivo. El buen Sebastián sostuvo un monologo sobre la bala que se iba a meter una hora más tarde en su cabeza, reflexionando sobre lo lindo de su vida y lo gris de su existencia, ese buen muchacho refleja mucho de quien escribió su ultima charla interna. No sé, me gusta lo que dice ese texto, no está libre ni de amor ni de felicidad, pero le falta todo a su lata. Sí, uno podría escribir de la muerte hasta que se muera. 

Salgo en las noches a mirar las estrellas, es un vicio, no me alcanzaría el papel para contar esas noches que me fumo un cigarrillo mirando al cielo, buscando respuestas, como los antiguos solían hacer. Me encanta cuando encuentro ese momento en que estoy maravillosamente solo, mirando hacia arriba, sintiendo frío y buscando ese segundo de silencio que me hace feliz, ese momento donde el pasado desaparece, el presente es solo allí y el futuro no importa. Estoy bien, estoy contento.

Me encantaría ser un esclavo de lo que sea el arte y un estorbo para los que no me lean, hacer enojar a muchos, sin tener que escribir todo el tiempo de leyes y jurisprudencia y, que exista otro tanto que no se empute, que le guste lo que le sirvo y lo mastique. Si me enoja el que traga entero, como los patos, no solo como una metáfora de algún comentario social, también en su sentido más literal y terminan necesitando una maniobra Heimlich porque no supieron masticar la papita.

No pierda su tiempo leyéndome, lo habría dicho al inicio pero me gusta decirle mentiras a usted, la persona que lee, y que no deje de leerme simplemente porque yo le dije que no lo hiciera.
A manera de nada, gracias y buenas noches.

R. Saldarriaga.

lunes, 1 de abril de 2013

¿Si te acuerdas?


Te acuerdas como te amé esa tarde mientras conocías el techo de mi alcoba y leías lo escrito en la madera no tan vieja.
                                        
Cuando murmurabas sin que yo pudiera oírte  pedías a gritos apagados por tu boca entre cerrada y medio abierta algo que no sabía que iba a darte.

Ese momento donde viste el fondo de mi almohada y tu aliento llenó mis sueños desde ese entonces con un afán de conquista que parecía sacado del viejo mundo.

Sí, ese día donde el cielo azul pintaba negro en mi percepción y tus ojos pintaban de verde lo que se pone sobre las sabanas.

El momento en que tu voz sonaba distinta y extravagante  como si hubiera estado guardada mucho tiempo, esa voz primaria y primitiva que sacaste ese día de algún lugar profundo.

El día donde hiciste de mi lo que querías mientras yo creía que hacia de ti mía, cuando nos quedamos sin opciones, ni tomamos decisiones, solo hicimos lo que la piel demanda.

Yo me acuerdo de tu pelo sobre tu cara y de mis manos apretadas contra ti para no dejarte ir, mi boca lastimando tus labios sin consideración  a veces duele rico, a veces duele bueno.

Ese mismo día dolor y placer se confundieron en otra cosa entre lagrimas y sonrisas y, el jadeo de nuestros respiros mezclados en embriagantes humos de humanidad saciada y hambrienta a la vez.



R. Saldarriaga 

martes, 5 de febrero de 2013

Buenas noches vida.


Pues sí, hasta aquí llegue, en definitiva de forma tentativamente irresponsable puedo decir que con el caer del día se hundirá uno que quiso ser gigante pero se quedo del tamaño de un ratón en el abrumador espectro de la vida contemporánea. Como ver una fogata extinguirse, siento una fatal seducción por pisar la última frontera, dar ese paso definitivo en el borde del abismo hacia la caída libre, todo en un curioso y esplendido espiral descendiente que culmina con el ultimo y máximo golpe contra el suelo.

Así es que en esta tarde soleada yo Sebastián Suarez, hijo de Martha y Enrique, nacido apenas hace dos décadas, rodeado del grueso y áspero paisaje gris de Bogotá, rotulado por el número de “identidad ciudadana” 1 .020 .450 .841, analizo con suma inmoralidad mis últimos instantes, pues creo en verdad que el coqueteo con la despedida esconde, en sí mismo, la decadencia propia de los actos más despóticos y autocomplacientes que puede dibujar la mente humana.

En compañía de una botella de vino que no puede tildarse de algo más que “de una calidad aceptable” admiro mi habitación  mi cajón, mi refugio, como un conjunto simple de cosas enmarcadas en cuatro paredes, una cama sencilla y otros enseres propios de la vida cotidiana, hacia los cuales siento un apego que no es normal, pues me hacen sentir en mi propia salsa, regocijado por la actividad recolectora de veinte años, donde se encuentran desde las fotografías y una cobija de un osito, que recuerdan a un niño inocente, que vivía sumido en risas, hasta relojes y libros que demuestran un deseo de exploración afanado y presionado por las paredes aplastantes del mundo actual.

Como cualquier pretexto de intelectual prematuro y pretencioso creo que existe un cierto placer con una oscuridad irrisoria en cuestionar los motivos ajenos, así mismo, hoy 12 de septiembre de 2011, me veo en la encrucijada de preguntarme los míos propios. Ejercicio tedioso de autodescubrimiento donde intento saber ¿Quién soy, o no soy? Y ¿Por qué hago lo que hago?

En esta difícil tarea me doy cuenta de primera mano, que dentro de la vida cómoda de un estudiante universitario de clase media – alta, no existe gran inconformidad con la vida misma, pero al revisar esos diarios no escritos tallados en las paredes de mi mente encuentro que en la suma vivida de acontecimientos que viví, al menos en teoría, no existe ningún rezago de experiencia que me permita decir que he experimentado más allá de una sumatoria de rutinas en ciclos repetitivos, las cuales puedo ilustrar como:

Nacer, comer, llorar  dormir. Despertar, colegio, recreo, casa, comer, dormir. Despertar, actividad x, dormir, comer, beber, dormir, despertar, actividad x, llorar, comer, dormir, beber, dormir, despertar.

Hace unos meses vislumbre estos ciclos y me di cuenta que mi propia existencia no es más que un aparatoso sistema de nada, enfocado hacia nada y cuyo único resultado será nada. Todo esto quizá  y solo quizá, porque soy parte de una generación tan asquerosamente pasiva e insensible que para mí es simplemente difícil salir de esta desidia colectiva, donde siento que el mundo me requiere únicamente para ser un operario más, y francamente no me interesa ese horizonte, pero tampoco creo poder forjar uno alternativo.

De allí que estoy en esta encrucijada donde me siento como un fulano cualquiera hijo – de – no – futuro y veo como una de mis opciones es jugar el sensual juego de la muerte auto infringida.

Sí, estoy en una posición donde creo poder ejercer la libertad máxima y la más grande manifestación de mi voluntad, pues me veo en el escenario de poner mi vida en mis propias manos, así como el amor o el odio propios más puros. Ya voy a la mitad de esta aceptable botella de vino.

Una copa más y veo la tentadora boca de la muerte humedeciendo sus dulces, liberadores y fríos labios, preparados para el más impactante de los besos  Quiero sentir esa brusca caricia y verla directo a sus ojos oscuros y profundos. Quiero bailar su baile y caer en su trampa, estoy seducido completamente por su misterio, por esa facultad que tiene de elegir que será de mí.

Es la amante ideal y envidiosa, un solo roce con ella y eres suyo para siempre, “solo para mí” dice con cinismo y plena confianza. Somos suyos desde el primer instante de vida, es una sentencia ineludible, solo algunas veces se puede postergar. Soy su presa, soy su esclavo, soy su perro encadenado que saca la lengua jadeante, lengua en espera de su bondad y misericordia. La deseo, con otra copa de vino en la cabeza.

¡ Brindo por ti muerte!

Es hora de encontrarnos y salir de esta insoportable cotidianidad  estoy aburrido, ya perdí todo interés, no siento ninguna emoción en revivir el ciclo constantemente, no siento ningún deber de permanecer aquí. En veinte años no logre nada, no salí del molde, en otros veinte me veo encerrado y sin movilidad; por lo tanto, más lejos que eso no me veo, solo veo todo gris asfixiante y sin sentido.

Es hora de darle las buenas noches a la vida, sin esperar un nuevo amanecer, hasta nunca con la última gota de vino.

Hubo silencio por unos tres minutos, ni siquiera un suspiro, de repente una explosión seguida de un golpe seco, como un costal lleno de tierra que cae contra el suelo, y luego un solo un sepulcral silencio. Amaneció y nada rompía el frío y solemne silencio que emanaba de la habitación de Sebastián Suarez, identificado con la cedula 1 .020 .450 .841 de Bogotá, hijo de Martha y Enrique, y un número más para una estadística sombría. 

R. Saldarriaga

lunes, 14 de enero de 2013

Divagando.


Entrada la noche y cercana la madrugada siempre me surgen dudas, mientras tomo un pequeño sorbo y claudica la consciencia tumbando las barreras que tiene mi mente, pues soy sincero yo no soy como mi viejo que sabe decir las cosas y, más aun, sabe cómo hacerlo, sin herir, sin hablar en exceso. Yo por mi lado a pesar que logro concentrarme en lo que tengo para hacer, tengo la cabeza llena de pensamientos y sentimientos que revolotean de forma salvaje y desordenada como las palomas espantadas en un plaza por el pasar de un peatón desconocido que no las reconoce en su existencia, así soy, por eso me quedo confundido y callado haciendo ver un cobarde que no reconozco cuando hablo de mi mismo.

cercana la madrugada es que me ganan las necesidades irracionales que supongo todo el mundo tiene en algún momento, esa necesidad particular que trasciende de solo mirarte desde mi asiento a tomar tu mano y besarte con la mirada. Es difícil, sin embargo, admitirlo en el día a día, pues no me siento cómodo en la cotidianeidad creo que no fui fabricado para inmovilizarme, demostrando tranquilidad, en ese espacio que todos llaman “la vida” como si fuera algo para hacer, y no en donde ser.

De tal manera que te miro y te lastimo, como un francotirador borracho y estúpido que descuida al enemigo y coloca la bala en el cráneo de su propio general sin prever consecuencias, sin esperar retaliación. Aun así te miro, te veo en detalle nublado, te convierto en paisaje que veo a través de las ventanas de mis ojos en el alba, cuando la niebla no se ha dispersado, cuando sigues siendo hermosa pero misteriosa y, no sé que esperar, pero sigo esperando, pasivo, porque en la penumbra sigo cómodo, sigo tranquilo e inmóvil, sigo donde creo que estoy bien, donde a pesar de tus palabras desafiantes creo tener la razón, casi parece que yo estuviera escribiendo la historia, pero no es así, nunca ha sido así, solo es una ilusión y suelto tu mano para verte bailar al son de las canciones de nuestros quince veranos, te veo moverte y reír en la nostalgia y es bueno.

Hoy llueve en Bogotá, pero en París cae nieve, así creo, son los dos, nuestros corazones, si en ambos hace frio pero de forma diferente, uno donde el agua ahoga las palabras con su golpeteo constante, otro donde la nieve, blanca como tu piel, es hermosa pero temible y su frío intenso puede quemar al torpe, al insensato, sobre todo al novato que no sabe como cubrirse, si ese soy yo el novato pero incluso el mejor de los expertos puede salir herido con algo tan delicado como tu piel, como la blanca nieve que cae hoy sobre París mientras en Bogotá llueve.

Claro y pensándolo mejor, soy pretencioso cuando comparo lo desconocido de tu corazón con lo raro del mío, pero no asumo que seas normal, si fuera así yo no estaría mirándote en la madrugada, hablándote, golpeando paredes a ciegas cuando te hablo, paredes que a veces dudo si existen o solamente las imagino. Pero siempre vuelvo a estrellarme y me levanto mareado y con problemas de memoria, pero a pesar de todo trato de encontrarte, si pretencioso, simplemente pretencioso e ingenuo, ojala pudiera hablar con tu mirada y tener un dialogo en silencio a través de tus ojos, así no diría nada en realidad y podría entender eso que no escucho, eso pienso en la madrugada, sin hilo conductor, sin muchas ataduras ni razones.

Se acerca el amanecer, no quiero verlo, si lo veo la noche se acaba y toca volver a la vida y, en la vida yo no te tengo cerca, de todas formas ya te vas a encontrarte con la almohada, cuando te vayas beberé hasta que me olvide de todo y cuando despierte encontrare en mi bolsillo tu numero, de pronto te llamo, de pronto te veo, de pronto sonríes y eventualmente el día se vuelve noche otra vez y no estaré tan confundido, tan mareado, tan loco por aquello que nunca he probado.


Firmo entre la cordura y la melancolía, buenas noches.

R. Saldarriaga