lunes, 14 de enero de 2013

Divagando.


Entrada la noche y cercana la madrugada siempre me surgen dudas, mientras tomo un pequeño sorbo y claudica la consciencia tumbando las barreras que tiene mi mente, pues soy sincero yo no soy como mi viejo que sabe decir las cosas y, más aun, sabe cómo hacerlo, sin herir, sin hablar en exceso. Yo por mi lado a pesar que logro concentrarme en lo que tengo para hacer, tengo la cabeza llena de pensamientos y sentimientos que revolotean de forma salvaje y desordenada como las palomas espantadas en un plaza por el pasar de un peatón desconocido que no las reconoce en su existencia, así soy, por eso me quedo confundido y callado haciendo ver un cobarde que no reconozco cuando hablo de mi mismo.

cercana la madrugada es que me ganan las necesidades irracionales que supongo todo el mundo tiene en algún momento, esa necesidad particular que trasciende de solo mirarte desde mi asiento a tomar tu mano y besarte con la mirada. Es difícil, sin embargo, admitirlo en el día a día, pues no me siento cómodo en la cotidianeidad creo que no fui fabricado para inmovilizarme, demostrando tranquilidad, en ese espacio que todos llaman “la vida” como si fuera algo para hacer, y no en donde ser.

De tal manera que te miro y te lastimo, como un francotirador borracho y estúpido que descuida al enemigo y coloca la bala en el cráneo de su propio general sin prever consecuencias, sin esperar retaliación. Aun así te miro, te veo en detalle nublado, te convierto en paisaje que veo a través de las ventanas de mis ojos en el alba, cuando la niebla no se ha dispersado, cuando sigues siendo hermosa pero misteriosa y, no sé que esperar, pero sigo esperando, pasivo, porque en la penumbra sigo cómodo, sigo tranquilo e inmóvil, sigo donde creo que estoy bien, donde a pesar de tus palabras desafiantes creo tener la razón, casi parece que yo estuviera escribiendo la historia, pero no es así, nunca ha sido así, solo es una ilusión y suelto tu mano para verte bailar al son de las canciones de nuestros quince veranos, te veo moverte y reír en la nostalgia y es bueno.

Hoy llueve en Bogotá, pero en París cae nieve, así creo, son los dos, nuestros corazones, si en ambos hace frio pero de forma diferente, uno donde el agua ahoga las palabras con su golpeteo constante, otro donde la nieve, blanca como tu piel, es hermosa pero temible y su frío intenso puede quemar al torpe, al insensato, sobre todo al novato que no sabe como cubrirse, si ese soy yo el novato pero incluso el mejor de los expertos puede salir herido con algo tan delicado como tu piel, como la blanca nieve que cae hoy sobre París mientras en Bogotá llueve.

Claro y pensándolo mejor, soy pretencioso cuando comparo lo desconocido de tu corazón con lo raro del mío, pero no asumo que seas normal, si fuera así yo no estaría mirándote en la madrugada, hablándote, golpeando paredes a ciegas cuando te hablo, paredes que a veces dudo si existen o solamente las imagino. Pero siempre vuelvo a estrellarme y me levanto mareado y con problemas de memoria, pero a pesar de todo trato de encontrarte, si pretencioso, simplemente pretencioso e ingenuo, ojala pudiera hablar con tu mirada y tener un dialogo en silencio a través de tus ojos, así no diría nada en realidad y podría entender eso que no escucho, eso pienso en la madrugada, sin hilo conductor, sin muchas ataduras ni razones.

Se acerca el amanecer, no quiero verlo, si lo veo la noche se acaba y toca volver a la vida y, en la vida yo no te tengo cerca, de todas formas ya te vas a encontrarte con la almohada, cuando te vayas beberé hasta que me olvide de todo y cuando despierte encontrare en mi bolsillo tu numero, de pronto te llamo, de pronto te veo, de pronto sonríes y eventualmente el día se vuelve noche otra vez y no estaré tan confundido, tan mareado, tan loco por aquello que nunca he probado.


Firmo entre la cordura y la melancolía, buenas noches.

R. Saldarriaga