Te acuerdas como te amé esa tarde
mientras conocías el techo de mi alcoba y leías lo escrito en la madera no tan
vieja.
Cuando murmurabas sin que yo pudiera oírte pedías a gritos apagados por tu boca entre cerrada y medio abierta algo
que no sabía que iba a darte.
Ese momento donde viste el fondo de
mi almohada y tu aliento llenó mis sueños desde ese entonces con un afán de
conquista que parecía sacado del viejo mundo.
Sí, ese día donde el cielo azul
pintaba negro en mi percepción y tus ojos pintaban de verde lo que se pone
sobre las sabanas.
El momento en que tu voz sonaba
distinta y extravagante como si hubiera estado guardada mucho tiempo, esa voz
primaria y primitiva que sacaste ese día de algún lugar profundo.
El día donde hiciste de mi lo que querías
mientras yo creía que hacia de ti mía, cuando nos quedamos sin opciones, ni
tomamos decisiones, solo hicimos lo que la piel demanda.
Yo me acuerdo de tu pelo sobre tu cara y de mis manos apretadas contra ti para no dejarte ir, mi boca lastimando
tus labios sin consideración a veces duele rico, a veces duele bueno.
Ese mismo día dolor y placer se
confundieron en otra cosa entre lagrimas y sonrisas y, el jadeo de nuestros
respiros mezclados en embriagantes humos de humanidad saciada y hambrienta a la
vez.
R. Saldarriaga