lunes, 18 de julio de 2011

Sueño con tus palabras

Nota: esta no es el tipo de cosas que suelo escribir, sin embargo, hace poco tomando un tinto en Café Jurídico un amigo me conto una pequeña historia que me pareció tan simple y tan extraordinaria que debía contarla, claro otorgándome a mí mismo una licencia creativa, espero que sea del agrado de alguien, un poco diferente a lo de siempre pero fue divertido de escribir, si el dueño de la historia quiere de pronto le ponemos el nombre, por ultimo y como suelen comenzar las películas malas, esta es una historia basaba en hechos reales.

Este es un cuento como muchos otros, que comienza cualquier día en cualquier parte de una ciudad, y como generalmente ocurre involucra a dos personas, una mujer y un hombre, Andrés y Camila, dos personas regulares, de esas que uno espera encontrar haciendo la fila para el cine o en la silla de enfrente en el trasporte público, o saliendo del salón del lado en la universidad, en fin, dos personas de esas que se ven todos los días.

Camila y Andrés como cualquier par de personas que se conocen comparten momentos juntos, en este caso, películas, tardes de café, comidas y almuerzos, y también cientos de minutos en llamadas y miles de letras en mensajes. Pues si son un par que sienten la necesidad de saber que piensa, que siente y que hace el otro, y disfrutan mucho compartiéndolo.

Como cualquier historia entre un hombre y una mujer pueden pasar muchas cosas, así como pueden pasar muy pocas, Camila y Andrés no parecen nada extraordinario, su historia, podría decirse, se ve todos los días casi que en cualquier esquina, eso solo me dice que el mundo de pronto si está lleno de algo parecido al amor.

Pero ¿qué podrían tener en especial dos personas, dos transeúntes de todos los días? Pues al parecer todo es muy normal en términos generales, cosas grandes, el mundo y sus miles de millones de habitantes, sin embargo, siempre he creído que lo especial esta en lo escaso, lo pequeño, en el ultimo dulce del paquete…

Y allí es donde reside lo único de su historia, comenzando cualquier día, en dos apartamentos separados en distintos sectores de la misma ciudad, y a eso de las 8 de la noche el celular de Andrés comenzó a sonar (ring, ring, ring).

El miraba noticias mientras las teclas de su computador sonaban en desorden, sin ritmo alguno, hasta que el trinar constante de su teléfono celular lo saco de su pequeño universo de datos, frases y palabras. Él miró el teléfono con desprecio, y sin darle la vista al identificador contesto, pensó entre más rápido conteste, más rápido puedo volver a trabajar.

Del auricular solo se escucho un tímido –Hola- seguido de silencio, inmediatamente Andrés supo quien estaba al otro lado de la línea, era Camila, quien no acostumbraba llamar a nadie en la noche, menos a alguien del sexo opuesto, pero así era. Andrés de forma casi instintiva la saludo de una forma muy efusiva, llena de cariño, como el reencuentro con un familiar que no vemos hace mucho, mucho tiempo.

Camila le pregunto como estaba, y antes de que el terminara de contestar intento decir algo más, pero fue su propia voz la que la traiciono y solo se escucho un murmullo enmudecido por el cerrar de su boca, al escuchar eso él supo que había algo más en su inusual llamada y decidió indagar hasta descubrir que pasaba.

Después de suaves preguntas sobre sus motivos Camila decidió dar por fin una respuesta, Andrés no podía esperar, quería saber que le tenían que decir. Sin más comenzó un largo discurso sobre la noche y los sueños de las personas cuando conversan con la Luna y con la almohada, que culmino en una frase que parecía ser un tanto inesperada –Andrés yo no puedo soñar, hace mucho que no puedo soñar-.

Con la voz de ella envuelta en algo similar a la tristeza, parecido al abandono, quizá melancolía, el comprendió que era un clamor desesperado, esa niña especial no podía soñar, simplemente pasaba sus noches en completa oscuridad, sin ninguna imagen, ni ninguna historia que contar.

Andrés para complacer los pedidos no pedidos de la mujer con la que hablaba le dijo que él conocía el secreto para inducir los sueños, para crear la fantasía. Camila intrigada, sedienta por saber cómo, pero dudosa de su efectividad le pidió que le explicara ese secreto, que le diera la llave para acceder a un universo de imágenes y sonidos sin par. Simple, dijo él, para poder soñar hay que meterse en una historia hasta quedar dormido.

Y así comenzó Andrés a contar una historia para regalarle un sueño a Camila…

En una caja de arena gigante, de donde emergían arboles y juegos estaba ella sola viendo hacia el cielo y sintiendo como la arena rozaba su piel en un curiosos cosquilleo cálido, patrocinado por los rayos del sol que calentaban con fuerza pero acompañados de la dulce briza de verano que jugaba con su pelo castaño enredándolo en mil formas dibujando garabatos en el serpentear infinito de sus rizos, acompañados por la luz y la sombra que formaban las hojas de los arboles.

Y allí a lo lejos se veía una torre de madera blanca erigida entre una duna de arena amarilla como el sol, sobre la cual se postraba el nido de un ave misteriosa que rondaba los alrededores y desde las nubes vigilaba a esa joven que sentada en la arena admiraba su sombra cuando pasaba a toda velocidad barriendo el mundo mismo sin siquiera tocarlo.

Esta joven camino entre columpios y pasamanos a través de la arena hasta que llego a aquella torre blanca, donde encontró una puerta de color plata, brillante como las estrellas y fría como la noche. Siempre curiosa abrió muy despacio esa puerta de plata que descubrió una entrada pequeña, tan pequeña que para entrar en ella debía agacharse. Adentro un espectáculo de colores, una alfombra roja que era adornada por la luz de sol que se colaba a través de pequeños agujeros en la madera de la torre, esta alfombra terminaba en una larga escalera de caracol pintada de todos los tonos de verde que cualquiera ha visto jamás.

Mientras subía la escalera sentía como si el mundo se moviera bajo sus pies, con un temblor leve pero constante, casi como si la escalera respirara de forma muy tranquila y apacible, casi llegando a la cima, contando ya los últimos escalones, decidió mirar hacia abajo y se dio cuenta que aquella escalera era una serpiente y su piel pintaba miles de tonos diferentes de verde en una combinación armónica de vida e incertidumbre, y que esa serpiente estaba enrolladla en una rama que nacía de la arena y subía hasta la cima de la torre.

Cuando pisó el ultimo escalón se dio cuenta que su escalera desaparecía por la pequeña entrada, a través del portal plateado, dejándola allí arriba sola al interior de la torre, mientras sus escalones se desdibujaban y buscaban la libertad en el bosque de arena dorada, lleno de arboles y juegos.

Y allí en lo más alto de la torre encontró una ventana, por la que salió, y de pie sobre la cornisa se estiro hasta que llego al nido de la misteriosa ave que por los cielos rondaba, cuando se sentó en esa gigante cama de ramas, hojas y paja, encontró un tesoro, el tesoro del bosque de arena, encontró piedras de  todos los colores, a excepción del gris y el negro, también vio frutos de todos los arboles y flores que parecían cantar dándole la bienvenida mientras el viento las mecía, produciendo un dulce silbido que parecía seguir la armonía misma de su canción preferida.

Allí entre los tesoros encontró un huevo, gris y solitario, frio, sin vida, y lo tomo en sus brazos, lo apretó fuerte contra su pecho y se sentó allí, a pensar cómo podría este pequeño estar tan gris dentro de la alegría y color de su casa en el lugar más alto del bosque de arena, y lo apretó con más y más fuerza, hasta que del pequeño huevo se sintió un leve movimiento, ella abrió sus brazos y ya no era gris, era un pequeño huevo blanco y cálido.

Mientras lo miraba sintió como una sombra se postraba sobre ella, era el ave misteriosa, que vigilaba el bosque a todas horas y entre la sombra distinguió el mirar del ave, unos ojos azules y profundos de los cuales broto un lagrima que desde lo más alto del cielo cayó sobre el pequeño huevo, que con el roció de esa lagrima se sacudió casi como si quisiera saltar y volar. Cuando la niña del bosque de arena levanto la mirada vio que la gran ave solo era un tímido y pequeño ruiseñor que lloraba sobre su huevo.

Después de eso ella simplemente se alejo mientras admiraba a la pequeña ave que volvía a su nido y cuando estaba de nuevo al borde de la cornisa se resbalo y lentamente se deslizo hasta el suelo, pues la gran serpiente le ofreció de nuevo su cuerpo para bajarla de la torre hasta que termino en la arena, acostada viendo al cielo.

Andrés, continuo hablando, pero no recibió respuesta, solo escuchaba la respiración de Camila interrumpiendo el silencio, con eso decidió cortar la llamada y esperar hasta la siguiente mañana.

A eso de las 7 de la mañana su celular volvió a sonar, contesto, y antes de que pudiera decir algo escucho “gracias, ahora sueño con tus palabras”. Después de eso simplemente se corto la llamada.

R. Saldarriaga