Caminando solo,
por un sendero estrecho y empinado de tierra y rocas, un paisaje completamente inerte, muerto, sin un dejo de vida que adorne este paisaje completamente
abandonado de las bondades de la naturaleza. La tenue luz que alumbra mi camino
tosco y difícil, solo puede describirse como la penumbra de un atardecer
cubierto de nueves espesas, cargadas de lluvia, dispuestas a liberar la furia
que solo el cielo puede hacer caer sobre la tierra. Es ese momento donde no es
posible trazar la línea entre el día y la noche, esa hora en particular en la
que el mundo no se define.
El camino es
duro, hace frío y el aire es seco y pesado, como intentar respirar en una
bodega llena de polvo. Sigo subiendo y no ha nada a mi alrededor, solo piedras
y tierra, lo único que puedo ver es este desierto muerto que no me recuerda a
nada y, donde aparentemente no hay nadie.
Mientras seguía subiendo ese sendero pude ver algo que no esperaba, vi un hombre, completamente
desnudo, de pie, justamente donde terminaba aquel camino maldito. Paré por un
instante pensando que hacer después, entonces vi que al final del camino no
había nada, comencé a correr en dirección a aquel hombre, intente gritar, pero
los sonidos no salían de mi boca. De repente vi algo más en él, su espalda,
llena de rasguños, eso me frenó. Estaba a una distancia muy corta de
alcanzarlo, pero no pude dar un paso más y sin previo aviso, aquel hombre
simplemente saltó a lo que parecía un vacio oscuro, sin embargo, más que un
salto, lo que vi fue una caída, el pobre tipo simplemente se dejó caer.
Parado al borde
del abismo pude verme a mí mismo en la distancia imaginaria que crea mi mente,
fui capaz de desligarme de mi propio ser y, como si existiera en dos lugares
distintos a la misma vez, estaba frente a la oportunidad de reflexionar sobre
mi propia persona. Parado allí, desde una distancia segura es donde encontré el espacio para verme completamente desnudo y vulnerable, sin ningún escudo que
pueda protegerme del ataque y del escrutinio. Y supe porque estaba en ese
terrible lugar, a merced de un juez que le duele dictar su sentencia tanto como
a mi recibir su condena y, ese juez soy yo.
Era demasiado
profundo y oscuro para ver lo que pasaba conmigo, a mi izquierda había otro
camino, serpenteante y estrecho, que bajaba unos doscientos metros hasta la
base de aquel desfiladero. Bajé, con afán pero sin prisa pues temía aquello que
iba a encontrar allá abajo.
Al llegar a la
base, con total comprensión que me encontraba a mi mismo en lo profundo de mi
mente, sin saber dónde estaba en esa otra realidad que llamamos el mundo real,
y manteniendo una distancia segura,
puede ver mi propio ser. Quebrado y herido, yaciendo sobre las rocas,
confundido y perdido, desesperado por encontrar el norte en una noche sin luna
ni estrellas, en verdad miserable, un despojo de humanidad.
Y no me acerqué
a mí mismo, tampoco me arrepiento de la misión suicida que me llevó a estar en
ese lugar dejándome caer. Solo puedo pensar que, un día voy a ver la luz del
sol de nuevo y ese día, tal como hoy en la penumbra, voy a verme a mí mismo,
diferente a lo mejor, pero sin estar arrepentido.
Quizá, al final,
despierte y sepa donde estoy, en qué realidad y en cuál momento. Sin estar
allí, viéndome a mí mismo. Si tener que decidir.
Sigo allí,
sentado en una piedra y con frío, viendo mucho de lo que soy, y lo que no soy
también, esperando a que amanezca.
R. Saldarriaga