lunes, 9 de abril de 2012

En las lluvias de marzo.

No lo supe en ese instante, y es que al parecer fue solo eso, un dulce y breve instante, un pequeño e inusual tesoro que no valió lo que debía, no duró más que un simple suspiro. Así son quizá las vidas de las mariposas que extienden sus alas solo para verlas marchitas, casi como si cumplieran su ciclo antes que el mismo iniciara. Pero, de saber esto ¿acaso habría actuado diferente?

En la ventana la noche se postraba enmarcada en la lluvia, parecía casi no ofrecer nada más que el llanto de las nubes, nada más que ruidos húmedos que no dicen nada y tienen un ligero sabor a abandono mientras la ciudad entera festeja una costumbre traída de afuera, al final cualquier excusa es buena para divertirse. Así transcurría la noche, con ánimo para muchos, para mí, sin prisa y sin gracia, como diciendo –es mejor que estés en casa-.

Esas voces leves de la noche no hicieron eco en mi mente en ese momento, a decir verdad solo lo hacen ahora, antes no escuchaba, en mi cabeza simplemente sonaba lo que yo quería oír, torpe sordo selectivo, ingenuo. Pero así funciona, así de simple como la lluvia que solo cae cuando tiene que hacerlo, cuando las nubes no aguantan más el llanto, cuando los cielos no se mueven por la cordura y, la rebeldía del viento sirve como influencia, como un susurro perverso en el hombro izquierdo.

Y es que narrar una noche de esas es tan simple como se quiera o tan complicado como se siente. Pasaban las horas, yo seguía allí viendo la noche caer sobre el suelo gris y frio de esta mi ciudad, mojando el asfalto como si algo allí fuera a florecer alguna vez, ingenuo, de nuevo ingenuo.

En ultimas por azares forzados me uní a la celebración que embebía las calles de mi ciudad, mientras viajaba en un taxi pensaba que la noche podría ofrecer mucho, simplemente estaba en mis manos salir y tomar las riendas de la velada, hacer de ella lo que yo quisiera que fuera, pero tenía un secreto, uno que solo requería de una cerveza y unos amigos para conocer la luz, la luz en medio de la oscuridad de la noche, la cual no es tal en una ciudad como estas, como la mía que parece tan viva de día como de noche, que no duerme, no espera, ni siquiera para despedir las alas marchitas de la mariposa, ni siquiera para detenerse y preguntar a las flores si pueden abrirse paso en el asfalto.

Ya no estaba en casa, no, era un bar de esos de corte ingles que pretenden traer algo del viejo mundo en este Caribe lluvioso y contradictoriamente frio, si, el calor está en la sangre, no en el aire. Era fría y negra la cerveza mientras las personas reían con fuerza y las parejas se concentraban en una pasión alicorada haciéndola más fuerte para ellos, más leve para sus recuerdos, más fácil para sus corazones. Estaba bien con mis dos amigos tratando temas de temas, entre vánales consideraciones sobre grados y temperatura, entre débiles comentarios sobre el progreso, entre fuertes risas solo porque si, solamente porque no, incluso por un tal vez, esa fue una buena hora, risas y humo con una bebida fría en una mano.

Y es que el entorno tiene algo especial, tu, dijo ella, aquí ya todos están tomados dije yo, aquí igual dijo ella, como preparando el escenario para controlar la casualidad y hacerla pasar por eso mismo, un simple azar, pero el juego dejo de ser juego de azar y comenzó a ser juego de estrategia en el momento en que no quise esperar más, sin pensarlo mucho me despedí con un abrazo de mis dos amigos y tome otro taxi entre la lluvia. Señor rápido que no tengo tiempo que perder, acompañado de mi sombrilla llegue a ese otro lugar un bar en un sector de casas viejas todas ellas convertidas en restaurantes y barras para la cerveza.

Espere en un esquina con mi sombrilla blanca ya gastada por el uso que le exige vivir en esta ciudad,  cuando la vi salir y sin muchas palabras estábamos caminado solos en la noche por un parque, no se veía ni un solo caminante, se escuchaba caer la lluvia y las risas y gritos de alegría que salían de los sitios hasta que se nos termino el parque y se nos acabo la calle, ella recostaba su cabeza en mi pecho mientras caminábamos y yo veía su pelo y tomaba su cintura mientras escuchaba como narraba su noche la cual yo había interrumpido, la cual ella había cortado para dar comienzo a otra noche distinta en la misma noche, como si lo previo hubiese ocurrido en otro día distinto, como si ese día solo estuviéramos ella y yo y la lluvia, escoltados por mi blanca y gastaba sombrilla.

Hace frio, entremos, sentémonos te tomas algo dije sin más, quiero café dijo sin más. Allí en la esquina deben servir café, al fin y al cabo es una tienda de café, pero no, solo ponían el café en su anuncio no en su carta. Escogimos mesa hacia frio y queríamos un lugar cálido, nos sentamos uno en frente del otro y ordenamos dos tragos mezclados el mío sucio y con aceitunas el de ella dulce.

Charlamos de todo y de nada, la vi reír y no pude más, es sencillo mi amigo o te sientas a su lado o te vas a casa, decía mi yo interior y yo lo escuche. Ya juntos y de frente pude mirarla, sentirla cerca y en el frio de la noche le tendí mi bufanda que no era una bufanda según dicen, pero ese es el uso que yo le doy, envolví su cuello y tome sus manos frágiles entre las mías, la chimenea estaba lejos pero no hacia falta, era suficiente por ahora.

Las viejas y molestas costumbres que tengo me decían que buscara imperfecciones, que su rostro no podía ser cierto, me cuesta creer incluso lo que tengo en frente. Lo intente lo juro, pero nada surgía y su pelo ondulado y húmedo  todavía por la lluvia me hacía perder la atención, y mis ojos y mi mente se perdían en sus suaves rizos solo hasta el momento en que me volvía a regalar su sonrisa, maldita sonrisa capaz de callar al más regio de los oradores, capaz de distraer al más disciplinado de los estudiosos, yo ni el uno ni el otro, era víctima fácil.

Esta noche era de no aguantar, así que dije de forma ridícula que su rostro era perfecto, ella en un tono burlón decía que no conocía del maquillaje, no lo podía creer. Me acerque más y ya tan cerca que el espacio entre nosotros era escasamente suficiente para respirar, seguí buscando y declame mi búsqueda, nada, nada de nada. Y quede hipnotizado, el rosa de sus labios no me dejo pensar más su suave respirar al borde de mi rostro no permitía que yo escuchara mis propios pensamientos, solo sentía el latido de mi corazón en mi garganta y mi brazo izquierdo temblaba levemente.

Sin pensar, solamente me acerque y mientras nuestras bocas chocaban despacio tome su rostro con la mano derecha, muy lento muy suave, como si la espera nos tuviera cansados hicimos un baile con nuestros labios, sin estar de acuerdo del todo bailamos lo mismo y con los ojos entreabiertos pude observar sus ojos cerrados, me deja llevar y pude sentir como mi boca pensaba por sí misma, éramos ella y yo peleando, tu lengua empuja la mía, mis dientes muerden tus labios y puedo sentirte tan cerca, tan mía. Casi parecía correcto, casi se sentía prohibido pero natural, dulce con un toque amargo, suave como el vino, como rozar el terciopelo, y fuerte como el amanecer en los ojos cansados.

Sigue, pelea, lo sientes, soy yo invadiendo lo que creías tuyo, soy yo tratando de morder la fruta que está en la rama más alta del árbol. Te enredo entre mis brazos y la noche pasa, te acerco lentamente mientras tiembla mi mano izquierda y tú acaricias mi rostro como si trataras de verlo con las palmas de tus manos. Jugamos el juego, alteramos el azar con la excusa que fue solo una coincidencia, parecía tanto tiempo, fue tan poco.

Y terminaba, ya era hora de salir, bajo mi blanca sombrilla nuevamente un taxi en la madrugada con dirección a tu casa, diste indicaciones y volviste a mis labios, no hacían falta palabras todo lo decíamos sin ruido alguno. En el camino yo intentaba descubrir que era esa ligera sensación que quedaba en mi paladar y en la biblioteca de sabores y aromas que conservo en mi mente esa página parecía perdida.

Llegamos y frente a una reja blanca te deje para que encontraras morada entre sabanas, aun llovía y las gotas caían desde tu pelo hasta mis botas, solo una mirada y adiós, un último beso cortado y te veo entrar. Volví en el  mismo taxi, en silencio, miraba hacia la calle por la ventana, aun caía la lluvia ya un poco más suave, a mi izquierda el lugar que ocupabas, a mi derecha la vista de la ciudad brillante por las luces que se reflejan en el asfalto mojado.

Llegue y frente a una reja negra me di cuenta, que ese sabor y ese aroma que reposaba en mi paladar era ligero y familiar, siempre pensé que los besos tenían un sabor a fresa, con ella era distinto, su aroma y el rosa de su labios escondían un sabor a manzanas, cuando son dulces, firmes y algo acidas, cuando por fuera son de un ligero rojo con pintas de amarillo.

Luego nada, paso la noche y los días y solo nada, a mi me queda un tenue sabor a manzanas en mi memoria y las gotas de las lluvias de marzo que cayeron de tu pelo al negro de mis botas, como un fantasma parece una noche que no fue real, una fantasía de un sueño breve que se desvanece mientras se acerca el gritar del despertador, como una buena película con un mal final.

¿Si hubiese sabido habría salido de mi casa?

Ahora veo atrás y recuerdo las lluvias de marzo que enmarcaron nuestra aventura, y como agua que fluye por una pendiente la lavaron de nuestras vidas, y solo quizá cuando esas gotas salgan del asfalto y las nubes no aguanten más su llanto las lluvias de marzo vuelvan a caer sobre nosotros una vez más y podamos engañar el frió, o debamos despertar una vez más, quizá soy ingenuo, quizá simplemente queden esas nubes rotas, las gotas frías en el negro de mis botas y ese aroma frágil que me recuerda tu sabor, un sabor como a manzanas.

R. Saldarriaga



2 comentarios:

Epicurea dijo...

Linda historia. Linda porque la percibo inconclusa.

Andrés Aldao dijo...

recomiendo la lectura de un blog:
www.artesanosliterarios.blogspot.com